Como el grano de trigo, tenemos necesidad de la muerte para ser fecundos.
Tú y yo queremos abrir, con la gracia de Dios, un surco hondo y luminoso. Por eso, hemos de dejar al pobre hombre animal y lanzarnos por los campos del espíritu, dando sentido sobrenatural a todas las tareas humanas y, a la vez, a los hombres que allí trabajan.