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Llénate de buenos deseos, que es una cosa santa, y Dios la alaba. ¡Pero no te quedes en eso! Tienes que ser alma —hombre, mujer— de realidades. Para llevar a cabo esos buenos deseos, necesitas formular propósitos claros, precisos.

—Y, después, hijo mío, ¡a luchar, para ponerlos en práctica, con la ayuda de Dios!

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