A ti, que te ves tan falto de virtudes, de talento, de condiciones..., ¿no te dan ganas de clamar como Bartimeo, el ciego: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!?
Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas muchas veces: ¡Señor, ten compasión de mí!