 |
353 |
 |
En tu oración de infancia espiritual, ¡qué cosas más pueriles le dices a tu Señor! Con la confianza de un niño que habla al Amigo grande, de cuyo amor está seguro, le confías: ¡que yo viva sólo para tu Gloria!
Recuerdas y reconoces lealmente que todo lo haces mal: eso, Jesús mío añades, no puede llamarte la atención: es imposible que yo haga nada a derechas. Ayúdame Tú, hazlo Tú por mí y verás qué bien sale.
Luego, audazmente y sin apartarte de la verdad, continúas: empápame, emborráchame de tu Espíritu, y así haré tu Voluntad. Quiero hacerla. Si no la hago..., es que no me ayudas. ¡Pero sí me ayudas!
|
 |
|
 |
 |
 |
|