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No desees nada para ti, ni bueno ni malo: quiere solamente, para ti, lo que Dios quiera.
Sea lo que fuere, viniendo de su mano, de Dios, por malo que a los ojos de los hombres parezca, con la ayuda del Señor, a ti te parecerá bueno ¡y muy bueno!, y dirás, siempre con mayor convencimiento: “et in tribulatione mea dilatasti me..., et calix tuus inebrians, quam præclarus est! en la tribulación me he gozado..., ¡qué maravilloso es tu cáliz, que embriaga todo mi ser!
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