La santidad se alcanza con el auxilio del Espíritu Santo que viene a inhabitar en nuestras almas, mediante la gracia que se nos concede en los sacramentos, y con una lucha ascética constante.
Hijo mío, no nos hagamos ilusiones: tú y yo no me cansaré de repetirlo tendremos que pelear siempre, siempre, hasta el final de nuestra vida. Así amaremos la paz, y daremos la paz, y recibiremos el premio eterno.