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Persevera, voluntariamente y con amor —aunque estés seco—, en tu vida de piedad. Y no te importe si te sorprendes contando los minutos o los días que faltan para acabar esa norma de piedad o ese trabajo, con el turbio regocijo que pone, en semejante operación, el chico mal estudiante, que sueña con que se termine el curso; o el quincenario, que espera volver a sus andadas, al abrirle las puertas de la cárcel.
Persevera —insisto— con eficaz y actual voluntad, sin dejar ni un instante de querer hacer y aprovechar esos medios de piedad.
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