Te crecías ante las dificultades del apostolado, orando así: "Señor, Tú eres el de siempre. Dame la fe de aquellos varones que supieron corresponder a tu gracia y que obraron en tu Nombre grandes milagros, verdaderos prodigios..." Y concluías: "sé que los harás; pero, también me consta que quieres que se te pidan, que quieres que te busquemos, que llamemos fuertemente a las puertas de tu Corazón".
Al final, renovaste tu decisión de perseverar en la oración humilde y confiada.