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Con tu vida de piedad, aprenderás a practicar las virtudes propias de tu condición de hijo de Dios, de cristiano.
Y junto a estas virtudes, adquirirás toda esa gama de valores espirituales, que parecen pequeños y son grandes; piedras preciosas que brillan, que hemos de recoger por el camino, para llevarlas a los pies del Trono de Dios, en servicio de los hombres: la sencillez, la alegría, la lealtad, la paz, las menudas renuncias, los servicios que pasan inadvertidos, el fiel cumplimiento del deber, la amabilidad...
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