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Me preguntas qué podrías hacer por ese amigo tuyo, para que no se encuentre solo.

—Te diré lo de siempre, porque tenemos a nuestra disposición un arma maravillosa, que lo resuelve todo: rezar. Primero, rezar. Y, luego, hacer por él lo que querrías que hicieran por ti, en circunstancias semejantes.

Sin humillarle, hay que ayudarle de tal manera que le sea fácil lo que le resulta dificultoso.

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