Crisol

No te digo que me quites los afectos, Señor, porque con ellos puedo servirte, sino que los acrisoles.

Ante todas las maravillas de Dios, y ante todos nuestros fracasos humanos, hemos de reconocer: Tú lo eres todo para mí: ¡sírvete de mí como quieras! —Y la soledad ya no existirá para ti, para nosotros.

El gran secreto de la santidad se reduce a parecerse más y más a El, que es el único y amable Modelo.

Cuando te pongas a orar, y no veas nada, y te sientas revuelto y seco, éste es el camino: no pienses en ti; vuelve tus ojos, en cambio, a la Pasión de Jesucristo, nuestro Redentor.

Convéncete de que también a cada uno de nosotros nos pide, como a aquellos tres Apóstoles más íntimos, en el Huerto de los Olivos: "vigilad y orad".

Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.

—El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.

Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?…" —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.

Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos.

Si de verdad deseas que tu corazón reaccione de un modo seguro, yo te aconsejo que te metas en una Llaga del Señor: así le tratarás de cerca, te pegarás a El, sentirás palpitar su Corazón…, y le seguirás en todo lo que te pida.

La oración es indudablemente el "quitapesares" de los que amamos a Jesús.

La Cruz simboliza la vida del apóstol de Cristo, con un vigor y una verdad que encantan al alma y al cuerpo, aunque a veces cueste y se note el peso.

Entiendo que, por Amor, desees padecer con Cristo: poner tus espaldas entre El y los sayones, que le azotan; tu cabeza, y no la suya, para las espinas; y tus pies y tus manos, para los clavos; …o, al menos, acompañar a nuestra Madre Santa María, en el Calvario, y acusarte de deicida por tus pecados…, y sufrir y amar.

Me he propuesto frecuentar más al Paráclito, y pedirle sus luces, me has dicho.

—Bien: pero recuerda, hijo, que el Espíritu Santo es fruto de la Cruz.

El amor gustoso, que hace feliz al alma, está basado en el dolor: no cabe amor sin renuncia.

Cristo clavado en la Cruz, ¿y tú?…: ¡todavía metido sólo en tus gustos!; me corrijo: ¡clavado por tus gustos!

No seamos —¡no podemos ser!— cristianos dulzones: en la tierra tiene que haber dolor y Cruz.

En esta vida nuestra hay que contar con la Cruz. El que no cuenta con la Cruz no es cristiano…, y no podrá evitar el encuentro con "su cruz", en la que se desesperará.

Ahora que la Cruz es seria, de peso, Jesús arregla las cosas de modo que nos colma de paz: se hace Cirineo nuestro, para que la carga resulte ligera.

Dile, entonces, lleno de confianza: Señor, ¿qué Cruz es ésta? Una Cruz sin cruz. De ahora en adelante, con tu ayuda, conociendo la fórmula de abandonarme en Ti, serán así siempre todas mis cruces.

Reafirma en tu alma el antiguo propósito de aquel amigo: Señor, quiero el sufrimiento, no el espectáculo.

Tener la Cruz, es tener la alegría: ¡es tenerte a Ti, Señor!

Lo que verdaderamente hace desgraciada a una persona —e incluso a una sociedad entera— es esa búsqueda, ansiosa y egoísta, de bienestar: ese intento de eliminar todo lo que contraría.

El camino del Amor se llama Sacrificio.

La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa.

—De una parte, mis pecados. De otra, la triste realidad de los sufrimientos de nuestra Madre la Iglesia; la apatía de tantos católicos que tienen un "querer sin querer"; la separación —por diversos motivos— de seres amados; las enfermedades y tribulaciones, ajenas y propias…

La Cruz, ¡la Santa Cruz!, pesa: «Fiat, adimpleatur…!» —¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén.

Cuando se camina por donde camina Cristo; cuando ya no hay resignación, sino que el alma se conforma con la Cruz —se hace a la forma de la Cruz—; cuando se ama la Voluntad de Dios; cuando se quiere la Cruz…, entonces, sólo entonces, la lleva El.

Une el dolor —la Cruz exterior o interior— con la Voluntad de Dios, por medio de un «fiat!» generoso, y te llenarás de gozo y de paz.

Señales inequívocas de la verdadera Cruz de Cristo: la serenidad, un hondo sentimiento de paz, un amor dispuesto a cualquier sacrificio, una eficacia grande que dimana del mismo Costado de Jesús, y siempre —de modo evidente— la alegría: una alegría que procede de saber que, quien se entrega de veras, está junto a la Cruz y, por consiguiente, junto a Nuestro Señor.

No dejes de ver y de agradecer la predilección del Rey que, en tu vida entera, resella tu carne y tu espíritu con el sello real de la Santa Cruz.

"Llevo encima —escribía aquel amigo— un pequeño Santo Cristo, con la imagen gastadísima por el uso y los besos, heredado por mi padre a la muerte de su madre, que habitualmente lo usaba.

Como es muy pobrecito y está muy gastado, no me atreveré a regalárselo a nadie, y de este modo —al verlo— aumentará mi amor a la Cruz".

Así rezaba un sacerdote, en momentos de aflicción: "Venga, Jesús, la Cruz que Tú quieras: desde ahora, la recibo con alegría, y la bendigo con la rica bendición de mi sacerdocio".

Cuando recibas algún golpe fuerte, alguna Cruz, no debes apurarte. Por el contrario, con rostro alegre, debes dar gracias al Señor.

Ayer vi un cuadro de Jesús difunto, que me encantó. Un ángel, con unción indecible, besa su mano izquierda; otro, a los pies del Salvador, tiene un clavo arrancado de la Cruz; y, en primer término, de espaldas, mirando a Cristo, un angelote chico llora.

Pedí al Señor que me regalaran el cuadro: es hermoso, respira piedad. —Me entristeció saber que una persona, a quien se mostró el lienzo para que lo comprara, lo rechazó diciendo: "¡un cadáver!" Para mí, serás siempre la Vida.

Señor —no me importa repetirlo miles de veces—: quiero acompañarte, sufriendo Contigo, en las humillaciones y crueldades de la Pasión y de la Cruz.

Encontrar la Cruz es encontrar a Cristo.

Jesús, que tu Sangre de Dios penetre en mis venas, para hacerme vivir, en cada instante, la generosidad de la Cruz.

Ante Jesús muerto en la Cruz, haz oración, para que la Vida y la Muerte de Cristo sean el modelo y el estímulo de tu vida y de tu respuesta a la Voluntad divina.

Recuérdalo a la hora del dolor o de la expiación: la Cruz es el signo de Cristo Redentor. Dejó de ser el símbolo del mal para ser la señal de la victoria.

Pon, entre los ingredientes de la comida, "el riquísimo" de la mortificación.

No es espíritu de penitencia hacer unos días grandes mortificaciones, y abandonarlas otros.

—Espíritu de penitencia significa saberse vencer todos los días, ofreciendo cosas —grandes y pequeñas— por amor y sin espectáculo.

Si unimos nuestras pequeñeces —las insignificantes y las grandes contradicciones— a los grandes sufrimientos del Señor, Víctima —¡la única Víctima es El!—, aumentará su valor, se harán un tesoro y, entonces, tomaremos a gusto, con garbo, la Cruz de Cristo.

—Y no habrá así pena que no se venza con rapidez; y no habrá nada ni nadie que nos quite la paz y la alegría.

Para ser apóstol, tienes que llevar en ti —como enseña San Pablo— a Cristo crucificado.

¡Es verdad!: la Santa Cruz trae a nuestras vidas la confirmación inequívoca de que somos de Cristo.

La Cruz no es la pena, ni el disgusto, ni la amargura… Es el madero santo donde triunfa Jesucristo…, y donde triunfamos nosotros, cuando recibimos con alegría y generosamente lo que El nos envía.

Después del Santo Sacrificio, has visto cómo de tu Fe y de tu Amor —de tu penitencia, de tu oración y de tu actividad— dependen en buena parte la perseverancia de los tuyos y, a veces, aun su vida terrena.

—¡Bendita Cruz, que llevamos mi Señor Jesús —El—, y tú, y yo!

¡Oh, Jesús, quiero ser una hoguera de locura de Amor! Quiero que mi presencia sola sea bastante para encender al mundo, en muchos kilómetros a la redonda, con incendio inextinguible. Quiero saber que soy tuyo. Después, venga la Cruz…

—¡Magnífico camino!: sufrir, amar y creer.

Cuando estés enfermo, ofrece con amor tus sufrimientos, y se convertirán en incienso que se eleva en honor de Dios y que te santifica.

Has de ser, como hijo de Dios y con su gracia, varón o mujer fuerte, de deseos y de realidades.

—No somos plantas de invernadero. Vivimos en medio del mundo, y hemos de estar a todos los vientos, al calor y al frío, a la lluvia y a los ciclones…, pero fieles a Dios y a su Iglesia.

¡Cómo duelen los desprecios, aunque la voluntad esté en quererlos!

—No te extrañes: ofréceselos a Dios.

¡Mucho te ha herido ese desprecio!… —Significa que te olvidas demasiado fácilmente de quién eres.

Ante las acusaciones que consideramos injustas, examinemos nuestra conducta, delante de Dios, «cum gaudio et pace» —con alegre serenidad, y rectifiquemos, aunque se trate de cosas inocentes, si la caridad nos lo aconseja.

—Luchemos por ser santos, cada día más: y, luego, "que digan", siempre que a esos dichos se les pueda aplicar aquella bienaventuranza: «beati estis cum… dixerint omne malum adversus vos mentientes propter me» —bienaventurados seréis cuando os calumnien por mi causa.

Se ha afirmado —no recuerdo por quién, ni dónde— que el vendaval de la insidia se ensaña con los que sobresalen, como el huracán azota los pinos más altos.

Intrigas, interpretaciones miserables —cortadas a medida del corazón villano que interpreta—, susurraciones cobardes… —Es una escena desgraciadamente repetida en los distintos ambientes: ni trabajan, ni dejan trabajar.

Medita despacio aquellos versos del salmo: "Dios mío, he llegado a ser extraño para mis hermanos, y forastero para los hijos de mi madre. Porque el celo de tu casa me devoró, y los oprobios de los que te ultrajan cayeron sobre mí"…, y continúa trabajando.

No se puede hacer el bien, aun siendo todas las almas buenas, sin la Cruz santa de las habladurías.

«In silentio et in spe erit fortitudo vestra» —en el silencio y en la esperanza residirá vuestra fortaleza…, asegura el Señor a los suyos. Callar y confiar: dos armas fundamentales en el momento de la adversidad, cuando se te nieguen los remedios humanos.

El sufrimiento soportado sin queja —mira a Jesús en su Santa Pasión y Muerte— da también la medida del amor.

Así rezaba un alma deseosa de ser enteramente de Dios y, por El, de todas las almas: "Señor, yo te pido que obres en este pecador, y que rectifiques y purifiques y acrisoles mis intenciones".

Me hirió la condescendencia —la transigencia y la intransigencia— de aquel varón doctísimo y santo, que decía: a todo me avengo, menos a ofender a Dios.

Considera el bien que han hecho a tu alma los que, durante tu vida, te han fastidiado o han tratado de fastidiarte.

—Otros llaman enemigos a estas gentes. Tú, tratando de imitar a los santos, siquiera en esto, y siendo muy poca cosa para tener o haber tenido enemigos, llámales "bienhechores". Y resultará que, a fuerza de encomendarlos a Dios, les tendrás simpatía.

Hijo, óyeme bien: tú, feliz cuando te maltraten y te deshonren; cuando mucha gente se alborote y se ponga de moda escupir sobre ti, porque eres «omnium peripsema» —como basura para todos…

—Cuesta, cuesta mucho. Es duro, hasta que —por fin— un hombre se acerca al Sagrario, se ve considerado como toda la porquería del mundo, como un pobre gusano, y dice de verdad: "Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo, para qué la quiero?"

Hasta entonces, no sabe el hijo de Dios lo que es ser feliz: hasta llegar a esa desnudez, a esa entrega, que es entrega de amor, pero fundamentada en la mortificación, en el dolor.

¿Contradicción de los buenos? —Cosas del demonio.

Cuando pierdes la calma y te pones nervioso, es como si quitaras razón a tu razón.

En esos momentos, se vuelve a oír la voz del Maestro a Pedro, que se hunde en las aguas de su falta de paz y de sus nervios: "¿por qué has dudado?"

El orden dará armonía a tu vida, y te traerá la perseverancia. El orden proporcionará paz a tu corazón, y gravedad a tu compostura.

Copio este texto, porque puede dar paz a tu alma: "Me encuentro en una situación económica tan apurada como cuando más. No pierdo la paz. Tengo absoluta seguridad de que Dios, mi Padre, resolverá todo este asunto de una vez.

Quiero, Señor, abandonar el cuidado de todo lo mío en tus manos generosas. Nuestra Madre —¡tu Madre!— a estas horas, como en Caná, ha hecho sonar en tus oídos: ¡no tienen!… Yo creo en Ti, espero en Ti, Te amo, Jesús: para mí, nada; para ellos".

Amo tu Voluntad. Amo la santa pobreza, gran señora mía.

—Y abomino, para siempre, de todo lo que suponga, ni de lejos, falta de adhesión a tu justísima, amabilísima y paternal Voluntad.

El espíritu de pobreza, de desprendimiento de los bienes terrenos, redunda en la eficacia del apostolado.

Nazaret: camino de fe, de desprendimiento, donde el Creador se sujeta a las criaturas como a su Padre Celestial.

Jesús habla siempre con amor… también cuando nos corrige o permite la tribulación.

Identifícate con la Voluntad de Dios… y así la contradicción no es contradicción.

Dios nos quiere infinitamente más de lo que tú mismo te quieres… ¡Déjale, pues, que te exija!

Acepta sin miedo la Voluntad de Dios; formula sin vacilaciones el propósito de edificar, toda tu vida, con lo que nos enseña y exige nuestra fe.

—De este modo, ten por cierto que, también con penas e incluso con calumnias, serás feliz, con una felicidad que te impulsará a amar a los demás, y a hacerles participar de tu alegría sobrenatural.

Si vienen contradicciones, está seguro de que son una prueba del amor de Padre, que el Señor te tiene.

En esta forja de dolor que acompaña la vida de todas las personas que aman, el Señor nos enseña que quien pisa sin miedo —aunque cueste— donde pisa el Maestro, encuentra la alegría.

Fortalece tu espíritu con la penitencia, de tal manera que, cuando llegue la contradicción, nunca te desalientes.

¡Cuándo te propondrás de una vez identificarte con ese Cristo que es Vida!

Para perseverar en el seguimiento de los pasos de Jesús, se necesita una libertad continua, un querer continuo, un ejercicio continuo de la propia libertad.

Te maravilla descubrir que, en cada una de las posibilidades de mejorar, existen muchas metas distintas…

—Son otros caminos, dentro del "camino", que evitan la posible rutina y te acercan más al Señor.

—Aspira con generosidad a lo más alto.

Trabaja con humildad, es decir, cuenta primero con las bendiciones de Dios, que no te faltarán; después, con tus buenos deseos; con tus planes de trabajo; ¡y con tus dificultades!, sin olvidar que, entre estas dificultades, has de poner siempre tu falta de santidad.

—Serás buen instrumento, si cada día luchas para ser mejor.

Me confiaste que, en tu oración, abrías el corazón al Señor con las siguientes palabras: "considero mis miserias, que parecen aumentar, a pesar de tus gracias, sin duda por mi falta de correspondencia. Conozco la ausencia en mí de toda preparación, para la empresa que pides. Y, cuando leo en los periódicos que tantos y tantos hombres de prestigio, de talento y de dinero hablan y escriben y organizan para defender tu reinado…, me miro a mí mismo y me encuentro tan nadie, tan ignorante y tan pobre, en una palabra, tan pequeño…, que me llenaría de confusión y de vergüenza, si no supiera que Tú me quieres así. ¡Oh, Jesús! Por otra parte, sabes bien cómo he puesto, de buenísima gana, a tus pies, mi ambición… Fe y Amor: Amar, Creer, Sufrir. En esto sí que quiero ser rico y sabio, pero no más sabio ni más rico que lo que Tú, en tu Misericordia sin límites, hayas dispuesto: porque todo mi prestigio y honor he de ponerlo en cumplir fielmente tu justísima y amabilísima Voluntad".

—No te quedes sólo en esos buenos deseos, te aconsejé.

El amor a Dios nos invita a llevar a pulso la Cruz…, a sentir sobre nuestros hombros el peso de la humanidad entera, y a cumplir, en las circunstancias propias del estado y del trabajo de cada uno, los designios —claros y amorosos a la vez— de la Voluntad del Padre.

El más grande loco que ha habido y habrá es El. ¿Cabe mayor locura que entregarse como El se entrega, y a quienes se entrega?

Porque locura hubiera sido quedarse hecho un Niño indefenso; pero, entonces, aun muchos malvados se enternecerían, sin atreverse a maltratarle. Le pareció poco: quiso anonadarse más y darse más. Y se hizo comida, se hizo Pan.

—¡Divino Loco! ¿Cómo te tratan los hombres?… ¿Yo mismo?

Jesús, tu locura de Amor me roba el corazón. Estás inerme y pequeño, para engrandecer a los que te comen.

Has de conseguir que tu vida sea esencialmente, ¡totalmente!, eucarística.

Me gusta llamar ¡cárcel de amor! al Sagrario.

—Desde hace veinte siglos, está El ahí… ¡voluntariamente encerrado!, por mí, y por todos.

¿Has pensado en alguna ocasión cómo te prepararías para recibir al Señor, si se pudiera comulgar una sola vez en la vida?

—Agradezcamos a Dios la facilidad que tenemos para acercarnos a El, pero… hemos de agradecérselo preparándonos muy bien, para recibirle.

Dile al Señor que, en lo sucesivo, cada vez que celebres o asistas a la Santa Misa, y administres o recibas el Sacramento Eucarístico, lo harás con una fe grande, con un amor que queme, como si fuera la última vez de tu vida.

—Y duélete, por tus negligencias pasadas.

Me explico tu afán de recibir a diario la Sagrada Eucaristía, porque quien se siente hijo de Dios tiene imperiosa necesidad de Cristo.

Mientras asistes a la Santa Misa, piensa —¡es así!— que estás participando en un Sacrificio divino: sobre el altar, Cristo se vuelve a ofrecer por ti.

Cuando le recibas, dile: Señor, espero en Ti; te adoro, te amo, auméntame la fe. Sé el apoyo de mi debilidad, Tú, que te has quedado en la Eucaristía, inerme, para remediar la flaqueza de las criaturas.

Debemos hacer nuestras, por asimilación, aquellas palabras de Jesús: «desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum» —ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros. De ninguna forma podremos manifestar mejor nuestro máximo interés y amor por el Santo Sacrificio, que guardando esmeradamente hasta la más pequeña de las ceremonias prescritas por la sabiduría de la Iglesia.

Y, además del Amor, debe urgirnos la "necesidad" de parecernos a Jesucristo, no solamente en lo interior, sino también en lo exterior, moviéndonos —en los amplios espacios del altar cristiano— con aquel ritmo y armonía de la santidad obediente, que se identifica con la voluntad de la Esposa de Cristo, es decir, con la Voluntad del mismo Cristo.

Hemos de recibir al Señor, en la Eucaristía, como a los grandes de la tierra, ¡mejor!: con adornos, luces, trajes nuevos…

—Y si me preguntas qué limpieza, qué adornos y qué luces has de tener, te contestaré: limpieza en tus sentidos, uno por uno; adorno en tus potencias, una por una; luz en toda tu alma.

¡Sé alma de Eucaristía!

—Si el centro de tus pensamientos y esperanzas está en el Sagrario, hijo, ¡qué abundantes los frutos de santidad y de apostolado!

Los objetos empleados en el culto divino deberán ser artísticos, teniendo en cuenta que no es el culto para el arte, sino el arte para el culto.

Acude perseverantemente ante el Sagrario, de modo físico o con el corazón, para sentirte seguro, para sentirte sereno: pero también para sentirte amado…, ¡y para amar!

Copio unas palabras de un sacerdote, dirigidas a quienes le seguían en su empresa apostólica: "cuando contempléis la Sagrada Hostia expuesta en la custodia sobre el altar, mirad qué amor, qué ternura la de Cristo. Yo me lo explico, por el amor que os tengo; si pudiera estar lejos trabajando, y a la vez junto a cada uno de vosotros, ¡con qué gusto lo haría!

Cristo, en cambio, ¡sí puede! Y El, que nos ama con un amor infinitamente superior al que puedan albergar todos los corazones de la tierra, se ha quedado para que podamos unirnos siempre a su Humanidad Santísima, y para ayudarnos, para consolarnos, para fortalecernos, para que seamos fieles".

No pienses que es fácil hacer de la vida un servicio. Se necesita traducir en realidades tan buen deseo, porque "el reino de Dios no consiste en palabras, sino en virtud", enseña el Apóstol; y porque la práctica de una constante ayuda a los demás no es posible sin sacrificio.

¡Siente siempre y en todo con la Iglesia! —Adquiere, por eso, la formación espiritual y doctrinal necesaria, que te haga persona de recto criterio en tus opciones temporales, pronto y humilde para rectificar, cuando adviertas que te equivocas.

—La noble rectificación de los errores personales es un modo, muy humano y muy sobrenatural, de ejercitar la personal libertad.

Urge difundir la luz de la doctrina de Cristo.

Atesora formación, llénate de claridad de ideas, de plenitud del mensaje cristiano, para poder después transmitirlo a los demás.

—No esperes unas iluminaciones de Dios, que no tiene por qué darte, cuando dispones de medios humanos concretos: el estudio, el trabajo.

El error no sólo oscurece la inteligencia, sino que divide las voluntades.

—En cambio, «veritas liberabit vos» —la verdad os librará de las banderías que agostan la caridad.

Frecuentas el trato de ese compañero que apenas te da los buenos días…, y te cuesta.

—Persevera y no le juzgues; tendrá "sus motivos", de la misma manera que tú alimentas los tuyos para encomendarle más cada jornada.

Si tú estás en el mundo a cuatro patas, ¿cómo te extrañas de que los demás no sean ángeles?

Vigila con amor para vivir la santa pureza…, porque antes se apaga una centella que un incendio.

Pero toda la diligencia humana, con la mortificación y el cilicio y el ayuno —¡armas necesarias!—, ¡qué poco valen sin Ti, Dios mío!

Recuerda con constancia que tú colaboras en la formación espiritual y humana de los que te rodean, y de todas las almas —hasta ahí llega la bendita Comunión de los Santos—, en cualquier momento: cuando trabajas y cuando descansas; cuando se te ve alegre o preocupado; cuando en tu tarea o en medio de la calle haces tu oración de hijo de Dios, y trasciende al exterior la paz de tu alma; cuando se nota que has sufrido —que has llorado—, y sonríes.

Una cosa es la santa coacción y otra la violencia ciega o la venganza.

Ya lo dijo el Maestro: ¡ojalá los hijos de la luz pongamos, en hacer el bien, por lo menos el mismo empeño y la obstinación con que se dedican, a sus acciones, los hijos de las tinieblas!

—No te quejes: ¡trabaja, en cambio, para ahogar el mal en abundancia de bien!

Es una caridad falsa la que perjudica la eficacia sobrenatural del apostolado.

Dios necesita mujeres y hombres seguros, firmes, en quienes sea posible apoyarse.

No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: ¡esto es lo que nos ha de mover!

Desde que Jesucristo Señor Nuestro fundó la Iglesia, esta Madre nuestra ha sufrido continua persecución. Quizá en otros tiempos las persecuciones se hacían abiertamente, y ahora se organizan muchas veces de modo solapado; pero, hoy como ayer, se sigue combatiendo a la Iglesia.

—¡Qué obligación tenemos de vivir, diariamente, como católicos responsables!

Emplea, para tu vida, esta receta: "no me acuerdo de que existo. No pienso en mis cosas, pues no me queda tiempo".

—¡Trabajo y servicio!

Sobre estas directrices discurre la bondad inigualable de nuestra Madre Santa María: un amor llevado hasta el extremo, cumpliendo con esmero la Voluntad divina, y un olvido completo de sí misma, contenta de estar allí, donde Dios la quiere.

—Por eso, ni el más pequeño de sus gestos es trivial. —Aprende.

Referencias a la Sagrada Escritura
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