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Don de lenguas, saber transmitir la ciencia de Dios: recurso imprescindible para quien ha de ser apóstol. —Por eso, todos los días pido a Dios Nuestro Señor que lo conceda a cada una y a cada uno de sus hijos.
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Aprende a decir que no, sin herir innecesariamente, sin recurrir al rechazo tajante, que rasga la caridad.
—¡Recuerda que estás siempre delante de Dios!
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¿Te molesta que insista, del mismo modo, en las mismas cosas esenciales?, ¿que no tenga en cuenta esas corrientes en boga? —Mira; de igual manera se ha definido en los siglos la línea recta, porque es la más clara y breve. Otra definición resultaría más oscura y complicada.
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Acostúmbrate a hablar cordialmente de todo y de todos; en particular, de cuantos trabajan en el servicio de Dios.
Y cuando no sea posible, ¡calla!: también los comentarios bruscos o desenfadados pueden rayar en la murmuración o en la difamación.
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Decía un muchachote que acababa de entregarse más íntimamente a Dios: “ahora lo que me hace falta es hablar menos, visitar enfermos y dormir en el suelo”.
—Aplícate el cuento.
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¡De los sacerdotes de Cristo no se ha de hablar más que para alabarles!
—Deseo con toda mi alma que mis hermanos y yo lo tengamos muy en cuenta, para nuestra conducta diaria.
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La mentira tiene muchas facetas: reticencia, cabildeo, murmuración... —Pero es siempre arma de cobardes.
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¡No hay derecho a que te dejes impresionar por la primera o por la última conversación!
Escucha con respeto, con interés; da crédito a las personas..., pero tamiza tu juicio en la presencia de Dios.
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Murmuran. Y luego ellos mismos se encargan de que alguno venga enseguida a contarte el “se dice”... —¿Villanía? —Sin duda. Pero no me pierdas la paz, ya que ningún daño podrá hacerte su lengua, si trabajas con rectitud... —Piensa: ¡qué bobos son, qué poco tacto humano tienen, qué falta de lealtad con sus hermanos..., y especialmente con Dios!
Y no me caigas tú en la murmuración, por un mal entendido derecho de réplica. Si has de hablar, sírvete de la corrección fraterna, como aconseja el Evangelio.
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No te preocupen esas contradicciones, esas habladurías: ciertamente trabajamos en una labor divina, pero somos hombres... Y resulta lógico que, al andar, levantemos el polvo del camino.
Eso que te molesta, que te hiere..., aprovéchalo para tu purificación y, si es preciso, para rectificar.
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Murmurar, dicen, es muy humano. —He replicado: nosotros hemos de vivir a lo divino.
La palabra malvada o ligera de un solo hombre puede formar una opinión, y aun poner de moda que se hable mal de alguien... Luego, esa murmuración sube de abajo, llega a la altura, y quizá se condensa en negras nubes.
—Pero, cuando el hostigado es un alma de Dios, las nubes se resuelven en lluvia fecunda, suceda lo que suceda; y el Señor se encarga de ensalzar, en lo que pretendían humillarle o difamarle.
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No querías creerlo, pero has tenido que rendirte a la evidencia, a costa tuya: aquellas afirmaciones que pronunciaste sencillamente y con sano sentido católico, las han retorcido con malicia los enemigos de la fe.
Es verdad, “hemos de ser cándidos como las palomas..., y prudentes como las serpientes”. No hables a destiempo ni fuera de lugar.
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Porque no sabes —o no quieres— imitar la conducta noble de aquel hombre, tu secreta envidia te empuja a ridiculizarle.
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La maledicencia es hija de la envidia; y la envidia, el refugio de los infecundos.
Por eso, ante la esterilidad, examina tu punto de mira: si trabajas y no te molesta que otros también trabajen y consigan frutos, esa esterilidad es sólo aparente: ya recogerás la cosecha a su tiempo.
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Hay algunos que, cuando no causan daño
o no mortifican a los demás, parecen considerarse desocupados.
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A veces, pienso que los murmuradores son como pequeños endemoniados... —Porque el demonio se insinúa siempre con su espíritu maligno de crítica a Dios, o a los seguidores de Dios.
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“¡Pollinerías!”, comentas despreciativo.
—¿Las conoces? ¿No? —Entonces, ¿cómo hablas de lo que no sabes?
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Responde a ese murmurador: ya se lo contaré o hablaré con el interesado.
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Ha escrito un autor contemporáneo: “el chismorreo es siempre inhumano; revela una valía personal mediocre; es un signo de ineducación; demuestra falta de sentimiento distinguido; es indigno del cristiano”.
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Evita siempre la queja, la crítica, las murmuraciones...: evita a rajatabla todo lo que pueda introducir discordia entre hermanos.
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Tú, que estás constituido en muy alta autoridad, serías imprudente si interpretases el silencio de los que escuchan como signo de aquiescencia: piensa que no les dejas que te expongan sus sugerencias, y que te sientes ofendido si llegan a comunicártelas. —Has de corregirte.
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Esta ha de ser tu actitud ante la difamación. Primero, perdonar: a todos, desde el primer instante y de corazón. —Después, querer: que no se te escape ni una falta de caridad: ¡responde siempre con amor!
—Pero, si se ataca a tu Madre, a la Iglesia, defiéndela valientemente; con calma, pero con firmeza y con entereza llena de reciedumbre, impide que manchen, o que estorben, el camino por donde han de ir las almas, que quieren perdonar y responder con caridad, cuando sufren injurias personales.
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El pueblo más pequeño —comentaba uno, cansado de murmuraciones— debería ser como la capital.
—No sabía, pobre, que es lo mismo.
—Tú, por amor a Dios y al prójimo, no caigas en un defecto tan pueblerino..., y tan poco cristiano. —De los primeros seguidores de Cristo se afirmaba: ¡mirad cómo se quieren! ¿Cabe decir lo mismo de ti, de mí, a toda hora?
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Las críticas contra las obras de apostolado suelen ser de dos estilos: unos presentan la labor como una estructura complicadísima...; otros la tildan de faena cómoda y fácil.
En el fondo, esa “objetividad” se reduce a miras estrechas, con una buena dosis de charlatana gandulería. —Pregúntales sin enfado: ¿vosotros, qué hacéis?
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Para los mandatos de tu fe, quizá no puedes pedir simpatía, pero has de exigir respeto.
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Quienes te han hablado mal de ese amigo leal a Dios, son los mismos que murmurarán de ti, cuando te decidas a portarte mejor.
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Determinados comentarios solamente pueden herir a los que se sienten tocados. Por eso, cuando se camina —cabeza y corazón— tras el Señor, las críticas se acogen como purificación, y sirven de acicate para avivar el paso.
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La Trinidad Beatísima ha coronado a nuestra Madre.
—Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, nos pedirá cuenta de toda palabra ociosa. Otro motivo para que digamos a Santa María que nos enseñe a hablar siempre en la presencia del Señor.
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