Josemaría Escrivá Obras
945

Si los cristianos viviéramos de veras conforme a nuestra fe, se produciría la más grande revolución de todos los tiempos... ¡La eficacia de la corredención depende también de cada uno de nosotros! —Medítalo.


946

Te sentirás plenamente responsable cuando comprendas que, cara a Dios, sólo tienes deberes. ¡Ya se encarga El de concederte derechos!


947

¡Ojalá te acostumbres a ocuparte a diario de los demás, con tanta entrega, que te olvides de que existes!


948

Un pensamiento que te ayudará, en los momentos difíciles: cuanto más aumente mi fidelidad, mejor contribuiré a que otros crezcan en esta virtud. —¡Y resulta tan atrayente sentirnos sostenidos unos por otros!


949

No me seas “teórico”: han de ser nuestras vidas, cada jornada, las que conviertan esos ideales grandiosos en una realidad cotidiana, heroica y fecunda.


950

Efectivamente, lo viejo merece respeto y agradecimiento. Aprender, sí. Tener en cuenta esas experiencias, también. Pero no exageremos: cada cosa a su tiempo. ¿Acaso nos vestimos con chupa y calzón, y cubrimos nuestras cabezas con una peluca empolvada?


951

No te enfades: muchas veces un comportamiento irresponsable denota falta de cabeza o de formación, más que carencia de buen espíritu.

Necesario será exigir a los maestros, a los directores, que colmen esas lagunas con su cumplimiento responsable del deber.

—Necesario será que te examines..., si ocupas tú uno de esos puestos.


952

Corres el gran peligro de conformarte con vivir —o de pensar en que debes vivir— como un “niño bueno”, que se aloja en una casa ordenada, sin problemas, y que no conoce más que la felicidad.

Eso es una caricatura del hogar de Nazaret: Cristo, porque traía la felicidad y el orden, salió a propagar esos tesoros entre los hombres y mujeres de todos los tiempos.


953

Me parecen muy lógicas tus ansias de que la humanidad entera conozca a Cristo. Pero comienza con la responsabilidad de salvar las almas de los que contigo conviven, de santificar a cada uno de tus compañeros de trabajo o de estudio... —Esta es la principal misión que el Señor te ha encomendado.


954

Compórtate como si de ti, exclusivamente de ti, dependiera el ambiente del lugar donde trabajas: ambiente de laboriosidad, de alegría, de presencia de Dios y de visión sobrenatural.

—No entiendo tu abulia. Si tropiezas con un grupo de compañeros un poco difícil —que quizá ha llegado a ser difícil por tu abandono—, te desentiendes de ellos, escurres el bulto, y piensas que son un peso muerto, un lastre que se opone a tus ilusiones apostólicas, que no te entenderán...

—¿Cómo quieres que te oigan si, aparte de quererles y servirles con tu oración y mortificación, no les hablas?...

—¡Cuántas sorpresas te llevarás el día en que te decidas a tratar a uno, a otro, y a otro! Además, si no cambias, con razón podrán exclamar, señalándote con el dedo: «hominem non habeo!» —¡no tengo quien me ayude!


955

Oyeme: las cosas santas, cuando se ven santamente, cuando se viven todos los días santamente..., no se convierten en cosas “de todos los días”. El quehacer entero de Jesucristo en esta tierra fue humano, ¡y divino!


956

No puedes conformarte con vivir —dices— como los demás, con fe del montón. —Efectivamente, has de tener fe personal: con sentido de responsabilidad.


957

La Trinidad Santísima te concede su gracia, y espera que la aproveches responsablemente: ante tanto beneficio no cabe andar con posturas cómodas, lentas, perezosas..., porque, además, las almas te esperan.


958

Para ti, que tienes ese gran problema. —Si se plantea bien el asunto, es decir, con serena y responsable visión sobrenatural, la solución se encuentra siempre.


959

Al coger a sus niños en brazos, las madres —las buenas madres— procuran no llevar alfileres que puedan herir a esas criaturas...: al tratar con las almas, hemos de poner toda la suavidad... y toda la energía necesaria.


960

«Custos, quid de nocte!» —¡Centinela, alerta!

Ojalá tú también te acostumbraras a tener, durante la semana, tu día de guardia: para entregarte más, para vivir con más amorosa vigilancia cada detalle, para hacer un poco más de oración y de mortificación.

Mira que la Iglesia Santa es como un gran ejército en orden de batalla. Y tú, dentro de ese ejército, defiendes un “frente”, donde hay ataques y luchas y contraataques. ¿Comprendes?

Esa disposición, al acercarte más a Dios, te empujará a convertir tus jornadas, una tras otra, en días de guardia.


961

En el reverso de una vocación “perdida” o de una respuesta negativa a esas llamadas constantes de la gracia, se debe ver la voluntad permisiva de Dios. —Ciertamente: pero, si somos sinceros, bien nos consta que no constituye eximente ni atenuante, porque apreciamos, en el anverso, el personal incumplimiento de la Voluntad divina, que nos ha buscado para Sí, y no ha encontrado correspondencia.


962

Si tú amas de verdad a tu Patria —y estoy seguro de que la amas—, ante un alistamiento voluntario para defenderla de un peligro inminente, no dudarías en inscribir tu nombre. En momentos de emergencia, ya te lo he escrito, todos son útiles: hombres y mujeres; viejos, maduros, jóvenes y hasta adolescentes. Sólo quedan al margen los incapaces y los niños.

Cada día se convoca, no ya un alistamiento voluntario —eso es poco—, sino una movilización general de almas, para defender el Reino de Cristo. Y el mismo Rey, Jesús, te ha llamado expresamente por tu nombre. Te pide que luches las batallas de Dios, poniendo a su servicio lo más elevado de tu alma: tu corazón, tu voluntad, tu entendimiento, todo tu ser.

—Escúchame: la carne, con tu pureza de vida y especialmente con la protección de la Virgen, no es problema. —¿Serás tan cobarde, que intentarás librarte del llamamiento, excusándote con que tienes enfermo el corazón, la voluntad o el entendimiento?... ¿Pretendes justificarte y quedarte en servicios auxiliares?

—El Señor quiere hacer de ti un instrumento de vanguardia —ya lo eres— y, si vuelves la espalda, no mereces más que lástima, ¡por traidor!


963

Si el tiempo fuera solamente oro..., podrías perderlo quizá. —Pero el tiempo es vida, y tú no sabes cuánta te queda.


964

El Señor convirtió a Pedro —que le había negado tres veces— sin dirigirle ni siquiera un reproche: con una mirada de Amor.

—Con esos mismos ojos nos mira Jesús, después de nuestras caídas. Ojalá podamos decirle, como Pedro: “¡Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo!”, y cambiemos de vida.


965

Razonan que, en nombre de la caridad, proceden con delicadeza y comprensión, ante los que atropellan.

—Ruego a Dios que esa delicadeza y esa comprensión no sean el camuflaje de... sus respetos humanos, ¡de su comodidad!, para permitir que cometan el mal. Porque entonces... su delicadeza y su comprensión sólo serían complicidad en la ofensa a Dios.


966

No cabe facilitar la conversión de un alma, a costa de hacer posible la perversión de otras muchas.


967

Si alguno aceptara que, entre los corderos, se criasen lobos..., puede imaginarse con facilidad la suerte que correrían sus corderos.


968

Los hombres mediocres, mediocres en cabeza y en espíritu cristiano, cuando se alzan en autoridad, se rodean de necios: su vanidad les persuade, falsamente, de que así nunca perderán el dominio.

Los discretos, en cambio, se rodean de doctos —que añadan al saber la limpieza de vida—, y los transforman en hombres de gobierno. No les engaña su humildad, pues —al engrandecer a los demás— se engrandecen ellos.


969

No es prudente elevar a hombres inéditos hasta una labor importante de dirección, para ver qué sale. —¡Como si el bien común pudiera depender de una caja de sorpresas!


970

¿Constituido en autoridad, y obras por el qué dirán los hombres? —¡Vejestorio! —Primero, te ha de importar el qué dirá Dios; luego —muy en segundo término, y a veces nunca—, habrás de ponderar lo que puedan pensar los demás. “A todo aquél —dice el Señor— que me reconociere delante de los hombres, yo también le reconoceré delante de mi Padre, que está en los cielos. Mas a quien me negare delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre, que está en los cielos”.


971

Tú, que ocupas un puesto de responsabilidad, al ejercer tu tarea, recuerda: lo que es personal, perece con la persona que se hizo imprescindible.


972

Una norma fundamental de buen gobierno: repartir responsabilidades, sin que esto signifique buscar comodidad o anonimato. Insisto, repartir responsabilidades: pidiendo a cada uno cuentas de su encargo, para poder “rendir cuentas” a Dios; y a las almas, si es preciso.


973

Al resolver los asuntos, procura no exagerar nunca la justicia hasta olvidarte de la caridad.


974

La resistencia de una cadena se mide por su eslabón más débil.


975

No digas de ninguno de tus subordinados: no vale.

—Eres tú el que no vale: porque no sabes colocarlo en el sitio donde puede funcionar.


976

Rechaza la ambición de honores; contempla, en cambio, los instrumentos, los deberes y la eficacia. —Así, no ambicionarás los cargos y, si llegan, los mirarás en su justa medida: cargas en servicio a las almas.


977

A la hora del desprecio de la Cruz, la Virgen está allá, cerca de su Hijo, decidida a correr su misma suerte. —Perdamos el miedo a conducirnos como cristianos responsables, cuando no resulta cómodo en el ambiente donde nos desenvolvemos: Ella nos ayudará.


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