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Nuestro Señor Jesús lo quiere: es preciso seguirle de cerca. No hay otro camino. Esa es la obra del Espíritu Santo en cada alma —en la tuya—: sé dócil, no opongas obstáculos a Dios, hasta que haga de tu pobre carne un Crucifijo.
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Si la palabra amor sale muchas veces de la boca, sin estar respaldada con pequeños sacrificios, llega a cansar.
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Desde todos los puntos de vista, es de una importancia extraordinaria la mortificación.
—Por razones humanas, pues el que no sabe dominarse a sí mismo jamás influirá positivamente en los demás, y el ambiente le vencerá, en cuanto halague sus gustos personales: será un hombre sin energía, incapaz de un esfuerzo grande cuando sea necesario.
—Por razones divinas: ¿no te parece justo que, con estos pequeños actos, demostremos nuestro amor y acatamiento al que todo lo dio por nosotros?
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El espíritu de mortificación, más que como una manifestación de Amor, brota como una de sus consecuencias. Si fallas en esas pequeñas pruebas, reconócelo, flaquea tu amor al Amor.
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¿No te has fijado en que las almas mortificadas, por su sencillez, hasta en este mundo gozan más de las cosas buenas?
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Sin mortificación, no hay felicidad en la tierra.
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Cuando te decidas a ser mortificado, mejorará tu vida interior y serás mucho más fecundo.
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No lo debemos olvidar: en todas las actividades humanas, tiene que haber hombres y mujeres con la Cruz de Cristo en sus vidas y en sus obras, alzada, visible, reparadora; símbolo de la paz, de la alegría; símbolo de la Redención, de la unidad del género humano, del amor que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, la Trinidad Beatísima ha tenido y sigue teniendo a la humanidad.
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“¿No se reirá, Padre, si le digo que —hace unos días— me sorprendí ofreciéndole al Señor, de una manera espontánea, el sacrificio de tiempo que me suponía tener que arreglar, a uno de mis pequeños, un juguete descompuesto?”
—No me sonrío, ¡gozo!: porque, con ese Amor, se ocupa Dios de recomponer nuestros desperfectos.
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Sé mortificado, pero no ramplón ni amargado. —Sé recogido, pero no encogido.
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Un día sin mortificación es un día perdido, porque no nos hemos negado, no hemos vivido el holocausto.
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¿No has contrariado, alguna vez, en algo, tus gustos, tus caprichos? —Mira que Quien te lo pide está enclavado en una Cruz —sufriendo en todos sus sentidos y potencias—, y una corona de espinas cubre su cabeza... por ti.
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Te presentas como un teórico formidable... —Pero ¡no cedes ni en menudencias insignificantes! —¡No creo en ese espíritu tuyo de mortificación!
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Cuidar las cosas pequeñas supone una mortificación constante, camino para hacer más agradable la vida a los demás.
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Prefiero las virtudes a las austeridades, dice con otras palabras Yavé al pueblo escogido, que se engaña con ciertas formalidades externas.
—Por eso, hemos de cultivar la penitencia y la mortificación, como muestras verdaderas de amor a Dios y al prójimo.
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En la meditación, la Pasión de Cristo sale del marco frío de la historia o de la piadosa consideración, para presentarse delante de los ojos, terrible, agobiadora, cruel, sangrante..., llena de Amor.
—Y se siente que el pecado no se reduce a una pequeña “falta de ortografía”: es crucificar, desgarrar a martillazos las manos y los pies del Hijo de Dios, y hacerle saltar el corazón.
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Si de veras deseas ser alma penitente —penitente y alegre—, debes defender, por encima de todo, tus tiempos diarios de oración —de oración íntima, generosa, prolongada—, y has de procurar que esos tiempos no sean a salto de mata, sino a hora fija, siempre que te resulte posible. No cedas en estos detalles.
Sé esclavo de este culto cotidiano a Dios, y te aseguro que te sentirás constantemente alegre.
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El cristiano triunfa siempre desde la Cruz, desde su propia renuncia, porque deja que actúe la Omnipotencia divina.
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Cuando recuerdes tu vida pasada, pasada sin pena ni gloria, considera cuánto tiempo has perdido y cómo lo puedes recuperar: con penitencia y con mayor entrega.
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Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?
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¿Tienes espíritu de oposición, de contradicción?... Bien: ¡ejercítalo en oponerte, en contradecirte a ti mismo!
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Mientras descansa la Sagrada Familia, se aparece el Angel a José, para que huyan a Egipto. María y José toman al Niño y emprenden el camino sin demora. No se rebelan, no se excusan, no esperan a que termine la noche...: di a Nuestra Madre Santa María y a Nuestro Padre y Señor San José que deseamos amar prontamente toda la penitencia pasiva.
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1000 |
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Escribo este número para que tú y yo acabemos el libro sonriendo, y se queden tranquilos los benditos lectores que, por simplicidad o por malicia, buscaron la cábala en los 999 puntos de Camino.
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