Personalidad

El Señor necesita almas recias y audaces, que no pacten con la mediocridad y penetren con paso seguro en todos los ambientes.

Sereno y equilibrado de carácter, inflexible voluntad, fe profunda y piedad ardiente: características imprescindibles de un hijo de Dios.

De las mismas piedras puede el Señor sacar hijos de Abraham… Pero hemos de procurar que la piedra no sea deleznable. De un pedrejón sólido, aunque sea informe, puede labrarse más fácilmente un sillar estupendo.

El apóstol no debe quedarse en el rasero de una criatura mediocre. Dios le llama para que actúe como portador de humanidad y transmisor de una novedad eterna. —Por eso, el apóstol necesita ser un alma largamente, pacientemente, heroicamente formada.

Cada día descubro cosas nuevas en mí, me dices… Y te contesto: ahora comienzas a conocerte.

Cuando se ama de veras…, siempre se encuentran detalles para amar todavía más.

Sería lamentable que alguno concluyera, al ver desenvolverse a los católicos en la vida social, que se mueven con encogimiento y capitidisminución.

No cabe olvidar que nuestro Maestro era —¡es!— «perfectus Homo» —perfecto Hombre.

Si el Señor te ha dado una buena cualidad —o una habilidad—, no es solamente para que te deleites, o para que te pavonees, sino para desplegarla con caridad en servicio al prójimo.

—¿Y cuándo encontrarás mejor ocasión para servir que ahora, al convivir con tantas almas, que comparten tu mismo ideal?

Ante la presión y el impacto de un mundo materializado, hedonista, sin fe…, ¿cómo se puede exigir y justificar la libertad de no pensar como “ellos”, de no obrar como “ellos”?…

—Un hijo de Dios no tiene necesidad de pedir esa libertad, porque de una vez por todas ya nos la ha ganado Cristo: pero debe defenderla y demostrarla en cualquier ambiente. Sólo así, entenderán “ellos” que nuestra libertad no está aherrojada por el entorno.

Tus parientes, tus colegas, tus amistades, van notando el cambio, y se dan cuenta de que lo tuyo no es una transición momentánea, de que ya no eres el mismo.

—No te preocupes, ¡sigue adelante!: se cumple el «vivit vero in me Christus» —ahora es Cristo quien vive en ti.

Estima a quienes sepan decirte que no. Y, además, pídeles que te razonen su negativa, para aprender…, o para corregir.

Antes eras pesimista, indeciso y apático. Ahora te has transformado totalmente: te sientes audaz, optimista, seguro de ti mismo…, porque al fin te has decidido a buscar tu apoyo sólo en Dios.

Triste situación la de una persona con magníficas virtudes humanas, y con carencia absoluta de visión sobrenatural: porque aquellas virtudes fácilmente las aplicará sólo a sus fines particulares. —Medítalo.

Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características:

—amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica;

—afán recto y sano —nunca frivolidad— de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia…;

—una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos;

—y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida.

Tienes que aprender a disentir —cuando sea preciso— de los demás, con caridad, sin hacerte antipático.

Con gracia de Dios y buena formación, puedes hacerte entender en el ambiente de los rudos… —Ellos difícilmente te seguirán, si te falta “don de lenguas”: capacidad y esfuerzo para llegar a sus inteligencias.

Cortesía siempre, con todos. Pero, especialmente, con los que se presentan como adversarios —tú no tengas enemigos—, cuando trates de sacarles de su error.

¿Verdad que te ha producido compasión el niño mimado? —Pues, entonces…: ¡no te trates tan bien! ¿No comprendes que te vas a volver blanducho?

—Además: ¿no sabes que las flores de mejor aroma son las silvestres, las expuestas a la intemperie y a la sequía?

Llegará muy alto, dicen, y asusta su futura responsabilidad. —Nadie le conoce una labor desinteresada, ni una frase oportuna, ni un escrito fecundo. —Es hombre de vida negativa. —Siempre da la impresión de que está sumergido en hondas cavilaciones, aunque es sabido que nunca cultivó ideas en las que pensar. —Tiene, en su rostro y en sus maneras, la gravedad del mulo, y eso le da fama de prudente…

—¡Llegará muy alto!, pero —me pregunto—: ¿qué podrá enseñar a los otros, cómo y en qué les servirá, si no le ayudamos a cambiar?

El pedante interpreta como ignorancia la sencillez y la humildad del docto.

No seas de esos que, cuando reciben una orden, enseguida piensan en cómo modificarla… —Se diría que tienen ¡demasiada “personalidad”!, y desunen o desbaratan.

La experiencia, el saber tanto del mundo, el leer entre líneas, la perspicacia excesiva, el espíritu crítico… Todo eso que, en tus relaciones y negocios, te ha llevado demasiado lejos, hasta el punto de volverte un poco cínico; todo ese “excesivo realismo” —que es falta de espíritu sobrenatural— ha invadido incluso tu vida interior. —Por no ser sencillo, te has vuelto a veces frío y cruel.

En el fondo eres un buen chico, pero te crees Maquiavelo. —Recuerda que en el Cielo se entra siendo un hombre honrado y bueno, no un intrigantuelo fastidioso.

Es admirable ese tu buen humor… Pero tomarlo todo, todo… a broma, ¡concédemelo!, significa pasarse de rosca. —La realidad es bien otra: como te falta voluntad para tomar lo tuyo en serio, te autojustificas, chanceándote de los demás, que son mejores que tú.

No niego que seas listo. Pero, el desordenado apasionamiento te lleva a obrar como tonto.

¡Esa desigualdad de tu carácter! —Tienes el teclado estropeado: das muy bien las notas altas y las bajas…, pero no suenan las de en medio, las de la vida corriente, las que habitualmente escuchan los demás.

Para que aprendas. —A aquel noble varón, docto y recio, le hice notar en una ocasión memorable cómo, por defender una causa santa que los “buenos” impugnaban, se jugaba —iba a perderlo— un alto puesto en su mundo. —Con voz llena de gravedad humana y sobrenatural, que despreciaba los honores de la tierra, me contestó: “me juego el alma”.

El diamante se pule con el diamante…, y las almas, con las almas.

“Una gran señal apareció en el Cielo: una mujer con corona de doce estrellas sobre su cabeza; vestida de sol; la luna a sus pies”. —Para que tú y yo, y todos, tengamos la certeza de que nada perfecciona tanto la personalidad como la correspondencia a la gracia.

—Procura imitar a la Virgen, y serás hombre —o mujer— de una pieza.

Referencias a la Sagrada Escritura
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