Oracion

Conscientes de nuestros deberes, ¿vamos a pasar un día entero, sin acordarnos de que tenemos alma?

En la meditación diaria ha de nacer la constante rectificación, para no salirnos del camino.

Si se abandona la oración, primero se vive de las reservas espirituales…, y después, de la trampa.

Meditación. —Tiempo fijo y a hora fija. —Si no, se adaptará a la comodidad nuestra: esto es falta de mortificación. Y la oración sin mortificación es poco eficaz.

Te falta vida interior: porque no llevas a la oración las preocupaciones de los tuyos y el proselitismo; porque no te esfuerzas en ver claro, en sacar propósitos concretos y en cumplirlos; porque no tienes visión sobrenatural en el estudio, en el trabajo, en tus conversaciones, en tu trato con los demás…

—¿Qué tal andas de presencia de Dios, consecuencia y manifestación de tu oración?

¿No?… ¿Porque no has tenido tiempo?… —Tienes tiempo. Además, ¿qué obras serán las tuyas, si no las has meditado en la presencia del Señor, para ordenarlas? Sin esa conversación con Dios, ¿cómo acabarás con perfección la labor de la jornada?… —Mira, es como si alegaras que te falta tiempo para estudiar, porque estás muy ocupado en explicar unas lecciones… Sin estudio, no se puede dar una buena clase.

La oración va antes que todo. Si lo entiendes así y no lo pones en práctica, no me digas que te falta tiempo: ¡sencillamente, no quieres hacerla!

Oración, ¡más oración! —Parece una incongruencia ahora, en tiempo de exámenes, de mayor trabajo… La necesitas: y no sólo la habitual, como práctica de piedad; oración, también durante los ratos perdidos; oración, entre ocupación y ocupación, en vez de soltar la mente en tonterías.

No importa si —a pesar de tu empeño— no consigues concentrarte y recogerte. Puede valer mucho más esta meditación que aquella que hiciste, con toda comodidad, en el oratorio.

Una costumbre eficaz para lograr presencia de Dios: cada día, la primera audiencia, para Jesucristo.

La oración no es prerrogativa de frailes: es cometido de cristianos, de hombres y mujeres del mundo, que se saben hijos de Dios.

Desde luego, has de seguir tu camino: hombre de acción… con vocación de contemplativo.

¿Católico, sin oración?… Es como un soldado sin armas.

Agradece al Señor el enorme bien que te ha otorgado, al hacerte comprender que “sólo una cosa es necesaria”. —Y, junto a la gratitud, que no falte a diario tu súplica, por los que aún no le conocen o no le han entendido.

Cuando trataban de “pescarte”, te preguntabas de dónde sacaban aquella fuerza y aquel fuego que todo lo abrasa. —Ahora, que haces oración, has advertido que ésa es la fuente que rezuma alrededor de los verdaderos hijos de Dios.

Desprecias la meditación… ¿No será que tienes miedo, que buscas el anonimato, que no te atreves a hablar con Cristo cara a cara?

—Ya ves que hay muchos modos de “despreciar” este medio, aunque se afirme que se practica.

Oración: es la hora de las intimidades santas y de las resoluciones firmes.

¡Qué bien razonada la plegaria de aquella alma que decía: Señor, no me abandones; ¿no reparas que hay “otra persona”, que me tira de los pies?!

¿Volverá el Señor a encenderme el alma?… —Te aseguran que sí tu cabeza y la fuerza honda de un deseo lejano, que quizá sea esperanza… —En cambio, el corazón y la voluntad —sobra de uno, falta de otra— lo tiñen todo de una melancolía paralizadora y yerta, como una mueca, como una burla amarga.

Escucha la promesa del Espíritu Santo: “dentro de un brevísimo tiempo, vendrá Aquél que ha de venir y no tardará. Entre tanto el justo mío vivirá de fe”.

La verdadera oración, la que absorbe a todo el individuo, no la favorece tanto la soledad del desierto, como el recogimiento interior.

Hicimos la oración de la tarde en medio del campo, cercano el anochecer. Debíamos de tener un aspecto un tanto curioso, para un espectador que no estuviera en antecedentes: sentados por el suelo, en un silencio sólo interrumpido por la lectura de unos puntos de meditación.

Esa oración en pleno campo, “apretando fuerte” por todos los que venían con nosotros, por la Iglesia, por las almas, resultó grata al Cielo y fecunda: cualquier lugar es apto para ese encuentro con Dios.

Me gusta que, en la oración, tengas esa tendencia a recorrer muchos kilómetros: contemplas tierras distintas de las que pisas; ante tus ojos pasan gentes de otras razas; oyes lenguas diversas… Es como un eco de aquel mandato de Jesús: «euntes, docete omnes gentes» —id, y enseñad a todo el mundo.

Para llegar lejos, siempre más lejos, mete ese fuego de amor en los que te rodean: y tus sueños y deseos se convertirán en realidad: ¡antes, más y mejor!

La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo; otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca, seca, seca… Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de Dios, no te desalientes.

Piensa en el centinela que está de guardia: desconoce si el Rey o el Jefe del Estado se encuentra en el palacio; no le consta lo que hace y, en la mayoría de los casos, el personaje no sabe quién le custodia.

—Nada de esto ocurre con nuestro Dios: El vive donde tú vivas; se ocupa de ti; te conoce y conoce tus pensamientos más íntimos…: ¡no abandones la guardia de la oración!

Mira qué conjunto de razonadas sinrazones te presenta el enemigo, para que dejes la oración: “me falta tiempo” —cuando lo estás perdiendo continuamente—; “esto no es para mí”, “yo tengo el corazón seco”…

La oración no es problema de hablar o de sentir, sino de amar. Y se ama, esforzándose en intentar decir algo al Señor, aunque no se diga nada.

“Un minuto de rezo intenso; con eso basta”. —Lo decía uno que nunca rezaba.

—¿Comprendería un enamorado que bastase contemplar intensamente durante un minuto a la persona amada?

Este ideal de guerrear —y vencer— las batallas de Cristo, solamente se hará realidad por la oración y el sacrificio, por la Fe y el Amor. —Pues… ¡a orar, y a creer, y a sufrir, y a Amar!

La mortificación es el puente levadizo, que nos facilita la entrada en el castillo de la oración.

No desmayes: por indigna que sea la persona, por imperfecta que resulte la oración, si ésta se alza humilde y perseverante, Dios la escucha siempre.

Señor, no merezco que me oigas, porque soy malo, rezaba un alma penitente. Y añadía: ahora… escúchame «quoniam bonus» —porque Tú eres bueno.

El Señor, después de enviar a sus discípulos a predicar, a su vuelta, los reúne y les invita a que vayan con El a un lugar solitario para descansar… ¡Qué cosas les preguntaría y les contaría Jesús! Pues… el Evangelio sigue siendo actual.

Te entiendo perfectamente cuando me escribes sobre tu apostolado: “voy a hacer tres horas de oración con la Física. Será un bombardeo para que «caiga» otra posición, que se halla al otro lado de la mesa de la biblioteca…, y usted ya le conoció cuando vino por aquí”.

Recuerdo tu alegría, mientras me escuchabas que entre la oración y el trabajo no debe haber solución de continuidad.

Comunión de los Santos: bien la experimentó aquel joven ingeniero cuando afirmaba: “Padre, tal día, a tal hora, estaba usted pidiendo por mí”.

Esta es y será la primera ayuda fundamental que hemos de prestar a las almas: la oración.

Acostúmbrate a rezar oraciones vocales, por la mañana, al vestirte, como los niños pequeños. —Y tendrás más presencia de Dios luego, durante la jornada.

El Rosario es eficacísimo para los que emplean como arma la inteligencia y el estudio. Porque esa aparente monotonía de niños con su Madre, al implorar a Nuestra Señora, va destruyendo todo germen de vanagloria y de orgullo.

“Virgen Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más que aumentar todos los días el número de mis pecados…” Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día.

Y te aconsejé, seguro, que rezaras el Santo Rosario: ¡bendita monotonía de avemarías que purifica la monotonía de tus pecados!

Un triste medio de no rezar el Rosario: dejarlo para última hora.

Al momento de acostarse se recita, por lo menos, de mala manera y sin meditar los misterios. Así, difícilmente se evita la rutina, que ahoga la verdadera piedad, la única piedad.

El Rosario no se pronuncia sólo con los labios, mascullando una tras otra las avemarías. Así, musitan las beatas y los beatos. —Para un cristiano, la oración vocal ha de enraizarse en el corazón, de modo que, durante el rezo del Rosario, la mente pueda adentrarse en la contemplación de cada uno de los misterios.

Siempre retrasas el Rosario para luego, y acabas por omitirlo a causa del sueño. —Si no dispones de otros ratos, recítalo por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios.

“Reza por mí”, le pedí como hago siempre. Y me contestó asombrado: “¿pero es que le pasa algo?”

Hube de aclararle que a todos nos sucede o nos ocurre algo en cualquier instante; y le añadí que, cuando falta la oración, “pasan y pesan más cosas”.

Renueva durante el día tus actos de contrición: mira que a Jesús se le ofende de continuo y, por desgracia, no se le desagravia con ese ritmo.

Por eso vengo repitiendo desde siempre: los actos de contrición, ¡cuantos más, mejor! Hazme tú eco, con tu vida y con tus consejos.

Cómo enamora la escena de la Anunciación. —María —¡cuántas veces lo hemos meditado!— está recogida en oración…, pone sus cinco sentidos y todas sus potencias al habla con Dios. En la oración conoce la Voluntad divina; y con la oración la hace vida de su vida: ¡no olvides el ejemplo de la Virgen!

Referencias a la Sagrada Escritura
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