Veracidad

Hacías tu oración delante de un Crucifijo, y tomaste esta decisión: más vale sufrir por la verdad, que la verdad tenga que sufrir por mí.

¡Muchas veces la verdad es tan inverosímil!… sobre todo, porque siempre exige coherencia de vida.

Si te molesta que te digan la verdad, entonces… ¿para qué preguntas?

—¿Quizá pretendes que te respondan con tu verdad, para justificar tus descaminos?

Aseguras que tienes mucho respeto a la verdad… ¿Por eso te colocas siempre a tan “respetuosa” distancia?

No te portes como un memo: nunca es fanatismo querer cada día conocer mejor, y amar más, y defender con mayor seguridad, la verdad que has de conocer, amar y defender.

En cambio —lo digo sin miedo— caen en el sectarismo los que se oponen a esta lógica conducta, en nombre de una falsa libertad.

Resulta fácil —también ocurría en tiempo de Jesucristo— decir que no: negar o poner en entredicho una verdad de fe. —Tú, que te declaras católico, has de partir del “sí”.

—Después, con el estudio, serás capaz de exponer los motivos de tu certeza: de que no hay contradicción —no la puede haber— entre Verdad y ciencia, entre Verdad y vida.

No me abandones la tarea, no te apartes del camino, aunque hayas de convivir con personas llenas de prejuicios, como si la base de los razonamientos, o el significado de los términos, quedase definido por el comportamiento o por las afirmaciones de ellos.

—Esfuérzate para que te entiendan…, pero, si no lo consigues, sigue adelante.

Encontrarás gentes a las que, por su obtusa tozudez, podrás difícilmente persuadir… Pero, fuera de esos casos, merece la pena aclarar las discordancias, y aclararlas con toda la paciencia que haga falta.

Algunos no oyen —no desean oír— más que las palabras que llevan en su cabeza.

Para tantos, la comprensión que exigen a los demás consiste en que todos se pasen a su partido.

No puedo creer en tu veracidad, si no sientes desazón, ¡y desazón molesta!, ante la mentira más pequeña e inocua, que nada tiene de pequeña ni de inocua, porque es ofensa a Dios.

¿Por qué miras, y oyes, y lees, y hablas con intención bajuna, y tratas de recoger lo “malo” que reside, no en la intención de los demás, sino sólo en tu alma?

Cuando no hay rectitud en el que lee, resulta difícil que descubra la rectitud del que escribe.

El sectario no ve más que sectarismo en todas las actividades de los demás. Mide al prójimo con la medida enteca de su corazón.

Pena me causó aquel hombre de gobierno. Intuía la existencia de algunos problemas, lógicos por otra parte en la vida…, y se asustó y se molestó cuando se los comunicaron. Prefería desconocerlos, vivir con la media luz o con la penumbra de su visión, para permanecer tranquilo.

Le aconsejé que los afrontara con crudeza y con claridad, precisamente para que dejaran de existir, y le aseguré que entonces sí viviría con la verdadera paz.

Tú, no resuelvas los problemas, propios y ajenos, ignorándolos: esto sería comodidad, pereza, abrir la puerta a la acción del diablo.

¿Has cumplido con tu deber?… ¿Tu intención ha sido recta?… ¿Sí? —Entonces no te preocupes porque haya personas anormales, que descubran el mal que no existe más que en su mirada.

Te preguntaron —inquisitivos— si juzgabas buena o mala aquella decisión tuya, que ellos consideraban indiferente.

Y, con segura conciencia, contestaste: “sólo sé dos cosas: que mi intención es limpia y que… conozco bien lo que me cuesta”. Y añadiste: Dios es la razón y el fin de mi vida, por eso me consta que nada hay indiferente.

Le has explicado tus ideales y tu conducta, segura, firme, de católico: y pareció que aceptaba y comprendía el camino. —Pero luego te has quedado con la duda de si habrá ahogado su comprensión entre sus no muy ordenadas costumbres…

—Búscale de nuevo, y aclárale que la verdad se acepta para vivirla o para intentar vivirla.

¿Quiénes son ellos para experimentar?… ¿Por qué tienen que desconfiar?, me comentas. —Mira: respóndeles, de mi parte, que desconfíen de su propia miseria,… y continúa con tranquilidad tus pasos.

Te dan compasión… —Con una total falta de gallardía, tiran la piedra y esconden la mano.

Mira lo que de ellos sentencia el Espíritu Santo: “confusos y avergonzados quedarán todos los forjadores de errores; a una serán cubiertos de oprobio”. Sentencia que se cumplirá inexorablemente.

¿Que bastantes difaman y murmuran de aquella empresa apostólica?… —Pues, en cuanto tú proclames la verdad, por lo menos ya habrá uno que no criticará.

En el trigal más hermoso y prometedor, es fácil escardar carretones de jaramagos, de amapolas y de grama…

—De la persona más íntegra y responsable no falta —a lo largo de la historia— con qué henchir páginas negras… Piensa también cuánto han hablado y escrito contra Nuestro Señor Jesucristo.

—Te aconsejo que —como con el trigal— recojas las espigas blancas y granadas: la verdadera verdad.

Para ti, que me has asegurado que quieres tener una conciencia recta: no olvides que recoger una calumnia, sin impugnarla, es convertirse en colector de basura.

Esa propensión tuya —apertura, la llamas— para admitir fácilmente cualquier afirmación, que vaya contra aquella persona, sin oírla, no es precisamente justicia…, ni mucho menos caridad.

La calumnia a veces causa daño a los que la padecen… Pero verdaderamente deshonra a quienes la lanzan y difunden…, y después llevan este peso en el fondo de su alma.

¿Por qué tantos murmuradores?, te preguntas dolorido… —Unos, por error, por fanatismo o por malicia. —Pero, los más, repiten el bulo por inercia, por superficialidad, por ignorancia.

Por eso, vuelvo a insistir: cuando no puedas alabar, y no sea necesario hablar, ¡calla!

Cuando la víctima calumniada padece en silencio, “los verdugos” se ensañan con su valiente cobardía.

Desconfía de esas afirmaciones rotundas, si los que las propugnan no han intentado, o no han querido, hablar con el interesado.

Existen muchos modos de hacer una encuesta. Con un poco de malicia, escuchando las murmuraciones, se recogen diez tomos en cuarto, contra cualquier persona noble o entidad digna. —Y más, si esa persona o entidad trabaja con eficacia. —Y mucho más aún, si esa eficacia es apostólica…

Triste labor la de los organizadores, pero más triste todavía la postura de los que se prestan para altavoces de esas inicuas y superficiales afirmaciones.

Esos —decía con pena— no tienen inteligencia de Cristo, sino careta de Cristo… Por eso carecen de criterio cristiano, no alcanzan la verdad, y no dan fruto.

No podemos olvidar, los hijos de Dios, que el Maestro anunció: “quien a vosotros oye, a Mí me oye…” —Por eso… hemos de tratar de ser Cristo; nunca caricatura de El.

En este caso, como en tantos otros, los hombres se mueven —todos creen tener razón—…, y Dios los guía; es decir, por encima de sus razones particulares, acabará por triunfar la inescrutable y amorosísima Providencia de Dios.

Déjate, pues, “guiar” por el Señor, sin oponerte a sus planes, aunque contradigan tus “fundamentales razones”.

Resulta experiencia penosa observar que algunos, menos preocupados de aprender, de tomar posesión de los tesoros adquiridos por la ciencia, se dedican a construirla a su gusto, con procedimientos más o menos arbitrarios.

Pero esa comprobación te ha de llevar a redoblar tu empeño por profundizar en la verdad.

Más cómodo que investigar es escribir contra los que investigan, o contra los que aportan nuevos descubrimientos a la ciencia y a la técnica. —Pero no hemos de tolerar que, además, esos “críticos” pretendan erigirse en señores absolutos del saber y de la opinión de los ignorantes.

“No está claro, no está claro”, oponía ante la afirmación segura de los demás… Y la que estaba clara era su ignorancia.

Te molesta herir, crear divisiones, demostrar intolerancias…, y vas transigiendo en posturas y puntos —¡no son graves, me aseguras!—, que traen consecuencias nefastas para tantos.

Perdona mi sinceridad: con ese modo de actuar, caes en la intolerancia —que tanto te molesta— más necia y perjudicial: la de impedir que la verdad sea proclamada.

Dios, por su justicia y por su misericordia —infinitas y perfectas—, trata con el mismo amor, y de modo desigual, a los hijos desiguales.

Por eso, igualdad no significa medir a todos con el mismo rasero.

Dices una verdad a medias, con tantas posibles interpretaciones, que puede calificarse de… mentira.

La duda —en el terreno de la ciencia, de la fama ajena— es una planta que se siembra fácilmente, pero que cuesta mucho arrancar.

Me recuerdas a Pilatos: «quod scripsi, scripsi!» —lo que escribí no se cambia…, después de haber permitido el más horrible crimen. —¡Eres inconmovible!, pero ¡deberías asumir antes esa postura…, no luego!

Es virtud mantenerse coherente con las propias resoluciones. Pero, si con el tiempo cambian los datos, es también un deber de coherencia rectificar el planteamiento y la solución del problema.

No confundas la intransigencia santa con la tozudez cerril.

“Me rompo, pero no me doblego”, afirmas ufano y con cierta altanería.

—Oyeme bien: el instrumento roto queda inservible, y deja abierto el campo a los que, con aparente transigencia, imponen luego una intransigencia nefasta.

«Sancta Maria, Sedes Sapientiae» —Santa María, Asiento de la Sabiduría. —Invoca con frecuencia de este modo a Nuestra Madre, para que Ella llene a sus hijos, en su estudio, en su trabajo, en su convivencia, de la Verdad que Cristo nos ha traído.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura
Este capítulo en otro idioma