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Veíamos, mientras hablábamos, las tierras de aquel continente. —Se te encendieron en lumbres los ojos, se llenó de impaciencia tu alma y, con el pensamiento en aquellas gentes, me dijiste: ¿será posible que, al otro lado de estos mares, la gracia de Cristo se haga ineficaz?

Luego, tú mismo te diste la respuesta: El, en su bondad infinita, quiere servirse de instrumentos dóciles.

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