Santificar el propio trabajo no es una quimera, sino misión de todo cristiano...: tuya y mía.
—Así lo descubrió aquel ajustador, que comentaba: “me vuelve loco de contento esa certeza de que yo, manejando el torno y cantando, cantando mucho —por dentro y por fuera—, puedo hacerme santo...: ¡qué bondad la de nuestro Dios!”