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En este caso, como en tantos otros, los hombres se mueven —todos creen tener razón—…, y Dios los guía; es decir, por encima de sus razones particulares, acabará por triunfar la inescrutable y amorosísima Providencia de Dios.

Déjate, pues, “guiar” por el Señor, sin oponerte a sus planes, aunque contradigan tus “fundamentales razones”.

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