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Han desconocido eso que tú llamas tu “derecho”, que te he traducido yo como tu “derecho a la soberbia”… ¡Pobre mamarracho! —Has sentido, porque no te podías defender —era poderoso el atacante—, el dolor de cien bofetones. —Y, a pesar de todo, no aprendes a humillarte.
Ahora es tu conciencia la que te arguye: te llama soberbio… y cobarde. —Da gracias a Dios, porque ya vas entreviendo tu “deber de la humildad”.
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