La gente blandengue, la que se queja de mil pequeñeces ridículas, es la que no sabe sacrificarse en esas minucias diarias por Jesús..., y mucho menos por los demás.
¡Qué vergüenza si tu comportamiento —¡tan duro, tan exigente con los otros!— adolece de esa blandenguería en tu quehacer cotidiano!