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El pueblo más pequeño —comentaba uno, cansado de murmuraciones— debería ser como la capital.

—No sabía, pobre, que es lo mismo.

—Tú, por amor a Dios y al prójimo, no caigas en un defecto tan pueblerino…, y tan poco cristiano. —De los primeros seguidores de Cristo se afirmaba: ¡mirad cómo se quieren! ¿Cabe decir lo mismo de ti, de mí, a toda hora?

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