Propaganda

Convéncete: tu apostolado consiste en difundir bondad, luz, entusiasmo, generosidad, espíritu de sacrificio, constancia en el trabajo, profundidad en el estudio, amplitud en la entrega, estar al día, obediencia absoluta y alegre a la Iglesia, caridad perfecta…

—Nadie da lo que no tiene.

Para ti, todavía joven y que acabas de emprender el camino, este consejo: como Dios se lo merece todo, procura destacar profesionalmente, para que puedas después propagar tus ideas con mayor eficacia.

No lo olvides: tanto mejor convencemos cuanto más convencidos estamos.

“No se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa; brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

Y, al final de su paso por la tierra, manda: «euntes docete» —id y enseñad. Quiere que su luz brille en la conducta y en las palabras de sus discípulos, en las tuyas también.

Resulta chocante la frecuencia con que, ¡en nombre de la libertad!, tantos tienen miedo —¡y se oponen!— a que los católicos sean sencillamente buenos católicos.

Guárdate de los propagadores de calumnias e insinuaciones, que unos recogen por ligereza y otros por mala fe, destruyendo la serenidad del ambiente y envenenando la opinión pública.

En ocasiones, la verdadera caridad pide que se denuncien esos atropellos y a sus promotores. Si no, con su conciencia desviada o poco formada, ellos y quienes les oyen pueden razonar: callan, luego otorgan.

Vociferan los sectarios contra lo que llaman “nuestro fanatismo”, porque los siglos pasan y la Fe católica permanece inmutable.

En cambio, el fanatismo de los sectarios —porque no guarda relación con la verdad— cambia en cada tiempo de vestidura, alzando contra la Santa Iglesia el espantajo de meras palabras, vacías de contenido por sus hechos: “libertad”, que encadena; “progreso”, que devuelve a la selva; “ciencia”, que esconde ignorancia… Siempre un pabellón que encubre vieja mercancía averiada.

¡Ojalá se haga cada día más fuerte “tu fanatismo” por la Fe, única defensa de la única Verdad!

No te asustes ni te asombres, ante la cerrazón de algunos. Nunca dejará de haber fatuos que esgriman, con alardes de cultura, el arma de su ignorancia.

¡Qué pena comprobar cómo marchan unidos, por distintas pasiones —pero unidos contra los cristianos, hijos de Dios—, los que odian al Señor y algunos que afirman que están a su servicio!

En ciertos ambientes, sobre todo en los de la esfera intelectual, se aprecia y se palpa como una consigna de sectas, servida a veces hasta por católicos, que —con cínica perseverancia— mantiene y propaga la calumnia, para echar sombras sobre la Iglesia, o sobre personas y entidades, contra toda verdad y toda lógica.

Reza a diario, con fe: «ut inimicos Sanctae Ecclesiae —enemigos, porque así se proclaman ellos— humiliare digneris, te rogamus audi nos!» Confunde, Señor, a los que te persiguen, con la claridad de tu luz, que estamos decididos a propagar.

¿Que es vieja esa idea del catolicismo, y por tanto inaceptable?… —Más antiguo es el sol, y no ha perdido su luz; más arcaica el agua, y aún quita la sed y refresca.

No se puede tolerar que nadie, ni aun con buen fin, falsee la historia o la vida. —Pero supone una gran equivocación levantar un pedestal a los enemigos de la Iglesia, que han gastado sus días en esa persecución. Convéncete: la verdad histórica no padece, porque un cristiano no colabore a construir un pedestal, que no debe existir: ¿desde cuándo el odio se ha colocado como modelo?

La propaganda cristiana no necesita provocar antagonismos, ni maltratar a los que no conocen nuestra doctrina. Si se procede con caridad —«caritas omnia suffert!» —el amor lo soporta todo—, quien era contrario, defraudado de su error, sincera y delicadamente puede acabar comprometiéndose. —Sin embargo, no caben cesiones en el dogma, en nombre de una ingenua “amplitud de criterio”, porque, quien así actuara, se expondría a quedarse fuera de la Iglesia: y, en lugar de lograr el bien para otros, se haría daño a sí mismo.

El cristianismo es “insólito”, no se acomoda a las cosas de este mundo. Y ése es quizá su “mayor inconveniente”, y la bandera de los mundanos.

Algunos no saben nada de Dios…, porque no les han hablado en términos comprensibles.

Donde no te llegue la inteligencia, pide que te alcance la santa pillería, para servir más y mejor a todos.

Créeme, el apostolado, la catequesis, de ordinario, ha de ser capilar: uno a uno. Cada creyente con su compañero inmediato.

A los hijos de Dios nos importan todas las almas, porque nos importa cada alma.

Ampárate en la Virgen, Madre del Buen Consejo, para que de tu boca no salgan jamás ofensas a Dios.

Referencias a la Sagrada Escritura
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