Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Gracia → correspondencia a la gracia.

Ciertamente se trata de un objetivo elevado y arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana. «Todo lo que se desarrolla –advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriéndose a la unión con Dios–, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande»12. Por eso te digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente –sé que estás dispuesto, aunque tantas veces te cueste vencer o tirar hacia arriba con este pobre cuerpo–, has de poner un cuidado extremo en los detalles más nimios, porque la santidad que Nuestro Señor te exige se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas.

Las almas son de Dios

Los demás discípulos vinieron en la barca, tirando de la red llena de peces, pues no estaban lejos de tierra, sino como a unos doscientos codos31. Enseguida ponen la pesca a los pies del Señor, porque es suya. Para que aprendamos que las almas son de Dios, que nadie en esta tierra puede atribuirse esa propiedad, que el apostolado de la Iglesia –su anuncio y su realidad de salvación– no se basa en el prestigio de unas personas, sino en la gracia divina.

Jesucristo interroga a Pedro, por tres veces, como si quisiera darle una repetida posibilidad de reparar la triple negación. Pedro ya ha aprendido, escarmentado en su propia miseria: está hondamente convencido de que sobran aquellos temerarios alardes, consciente de su debilidad. Por eso, pone todo en manos de Cristo. Señor, tú sabes que te amo. Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo32. Y ¿qué responde Cristo? Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas33. No las tuyas, no las vuestras: ¡las mías! Porque Él ha creado al hombre, Él lo ha redimido, Él ha comprado cada alma, una a una, al precio –lo repito– de su Sangre.

Cuando los donatistas, en el siglo V, organizaban sus ataques contra los católicos, defendían la imposibilidad de que el obispo de Hipona, Agustín, profesase la verdad, porque había sido un gran pecador. Y San Agustín sugería, a sus hermanos en la fe, cómo habían de replicar: «Agustín es obispo en la Iglesia Católica; él lleva su carga, de la que ha de dar cuenta a Dios. Lo conocí entre los buenos. Si es malo, él lo sabe; si es bueno, ni siquiera en él he depositado mi esperanza. Porque lo primero que he aprendido en la Iglesia Católica es a no poner mi esperanza en un hombre»34.

No hacemos nuestro apostolado. En ese caso, ¿qué podríamos decir? Hacemos –porque Dios lo quiere, porque así nos lo ha mandado: id por todo el mundo y predicad el Evangelio35– el apostolado de Cristo. Los errores son nuestros; los frutos, del Señor.

En este esfuerzo por identificarse con Cristo, he distinguido como cuatro escalones: buscarle, encontrarle, tratarle, amarle. Quizá comprendéis que estáis como en la primera etapa. Buscadlo con hambre, buscadlo en vosotros mismos con todas vuestras fuerzas. Si obráis con este empeño, me atrevo a garantizar que ya lo habéis encontrado, y que habéis comenzado a tratarlo y a amarlo, y a tener vuestra conversación en los cielos13.

Ruego al Señor que nos decidamos a alimentar en nuestras almas la única ambición noble, la única que merece la pena: ir junto a Jesucristo, como fueron su Madre Bendita y el Santo Patriarca, con ansia, con abnegación, sin descuidar nada. Participaremos en la dicha de la divina amistad –en un recogimiento interior, compatible con nuestros deberes profesionales y con los de ciudadano–, y le agradeceremos la delicadeza y la claridad con que Él nos enseña a cumplir la Voluntad del Padre Nuestro que habita en los cielos.

Hemos corrido como el ciervo, que ansía las fuentes de las aguas30; con sed, rota la boca, con sequedad. Queremos beber en ese manantial de agua viva. Sin rarezas, a lo largo del día nos movemos en ese abundante y claro venero de frescas linfas que saltan hasta la vida eterna31. Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira! Y el alma rompe otra vez a cantar con cantar nuevo, porque se siente y se sabe también mirada amorosamente por Dios, a todas horas.

No me refiero a situaciones extraordinarias. Son, pueden muy bien ser, fenómenos ordinarios de nuestra alma: una locura de amor que, sin espectáculo, sin extravagancias, nos enseña a sufrir y a vivir, porque Dios nos concede la Sabiduría. ¡Qué serenidad, qué paz entonces, metidos en la senda estrecha que conduce a la vida!32.

¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia. Fe y hechos de fe: hechos, porque el Señor –lo has comprobado desde el principio, y te lo subrayé a su tiempo– es cada día más exigente. Eso es ya contemplación y es unión; esta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante por su propia vía espiritual –son infinitas–, en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera hayan caído en la cuenta.

Una oración y una conducta que no nos apartan de nuestras actividades ordinarias, que en medio de ese afán noblemente terreno nos conducen al Señor. Al elevar todo ese quehacer a Dios, la criatura diviniza el mundo. ¡He hablado tantas veces del mito del rey Midas, que convertía en oro cuanto tocaba! En oro de méritos sobrenaturales podemos convertir todo lo que tocamos, a pesar de nuestros personales errores.

Notas
12

S. Marcos Eremita, De lege spirituali, 172 (PG 65, 926).

Notas
31

Ioh XXI, 8.

32

Ioh XXI, 15-17.

33

Ioh XXI, 15-17.

34

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 36, 3, 20 (PL 36, 395).

35

Mc XVI, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
13

Cfr. Phil III, 20.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
30

Ps XLI, 2.

31

Cfr. Ioh IV, 14.

32

Mt VII, 14.

Referencias a la Sagrada Escritura