Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Mortificación → mortificación en la vida corriente .

Es la hora de que acudas a tu Madre bendita del Cielo, para que te acoja en sus brazos y te consiga de su Hijo una mirada de misericordia. Y procura enseguida sacar propósitos concretos: corta de una vez, aunque duela, ese detalle que estorba, y que Dios y tú conocéis bien. La soberbia, la sensualidad, la falta de sentido sobrenatural se aliarán para susurrarte: ¿eso? ¡Pero si se trata de una circunstancia tonta, insignificante! Tú responde, sin dialogar más con la tentación: ¡me entregaré también en esa exigencia divina! Y no te faltará razón: el amor se demuestra de modo especial en pequeñeces. Ordinariamente, los sacrificios que nos pide el Señor, los más arduos, son minúsculos, pero tan continuos y valiosos como el latir del corazón.

¿Cuántas madres has conocido tú como protagonistas de un acto heroico, extraordinario? Pocas, muy pocas. Y, sin embargo, madres heroicas, verdaderamente heroicas, que no aparecen como figuras de nada espectacular, que nunca serán noticia –como se dice–, tú y yo conocemos muchas: viven negándose a toda hora, recortando con alegría sus propios gustos y aficiones, su tiempo, sus posibilidades de afirmación o de éxito, para alfombrar de felicidad los días de sus hijos.

Tomemos otros ejemplos, también de la vida corriente. San Pablo los menciona: los que han de competir en la palestra, guardan en todo una exacta continencia; y no es sino para alcanzar una corona perecedera, al paso que nosotros la esperamos eterna17. Os basta echar una mirada a vuestro alrededor. Fijaos a cuántos sacrificios se someten de buena o de mala gana, ellos y ellas, por cuidar el cuerpo, por defender la salud, por conseguir la estimación ajena... ¿No seremos nosotros capaces de removernos ante ese inmenso amor de Dios tan mal correspondido por la humanidad, mortificando lo que haya de ser mortificado, para que nuestra mente y nuestro corazón vivan más pendientes del Señor?

Se ha trastocado de tal forma el sentido cristiano en muchas conciencias que, al hablar de mortificación y de penitencia, se piensa solo en esos grandes ayunos y cilicios que se mencionan en los admirables relatos de algunas biografías de santos. Al iniciar esta meditación, hemos sentado la premisa evidente de que hemos de imitar a Jesucristo, como modelo de conducta. Ciertamente, preparó el comienzo de su predicación retirándose al desierto, para ayunar durante cuarenta días y cuarenta noches18, pero antes y después practicó la virtud de la templanza con tanta naturalidad, que sus enemigos aprovecharon para tacharle calumniosamente de hombre voraz y bebedor, amigo de publicanos y gentes de mala vida19.

Me interesa que descubráis en toda su hondura esta sencillez del Maestro, que no hace alarde de su vida penitente, porque eso mismo te pide Él a ti: cuando ayunéis no os pongáis caritristes como los hipócritas, que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan. En verdad os digo, que ya recibieron su recompensa. Tú, al contrario, cuando ayunes, perfuma tu cabeza, y lava tu cara, para que no conozcan los hombres que ayunas, sino únicamente tu Padre, que está presente en todo, aun en lo que hay de más secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te dará por ello el galardón20.

Así debes ejercitarte en el espíritu de penitencia: cara a Dios y como un hijo, como el pequeñín que demuestra a su padre cuánto le ama, renunciando a sus pocos tesoros de escaso valor –un carrete, un soldado descabezado, una chapa de botella–; le cuesta dar ese paso, pero al fin puede más el cariño, y extiende satisfecho la mano.

Permitidme que os remache una y otra vez el camino que Dios espera que recorra cada uno, cuando nos llama a servirle en medio del mundo, para santificar y santificarnos a través de las ocupaciones ordinarias. Con un sentido común colosal, lleno a la vez de fe, predicaba San Pablo que en la ley de Moisés está escrito: no pongas bozal al buey que trilla21. Y se pregunta: ¿será acaso que Dios se preocupa de los bueyes? ¿O, por el contrario, no dice esto sobre todo por nosotros? Sí, ciertamente, por nosotros se han escrito estas cosas; porque la esperanza hace arar al que ara, y el que trilla lo hace con la ilusión de percibir el fruto22.

Nunca se ha reducido la vida cristiana a un entramado agobiante de obligaciones, que deja el alma sometida a una tensión exasperada; se amolda a las circunstancias individuales como el guante a la mano, y pide que en el ejercicio de nuestras tareas habituales, en las grandes y en las pequeñas, con la oración y la mortificación, no perdamos jamás el punto de mira sobrenatural. Pensad que Dios ama apasionadamente a sus criaturas, y ¿cómo trabajará el burro si no se le da de comer, ni dispone de un tiempo para restaurar las fuerzas, o si se quebranta su vigor con excesivos palos? Tu cuerpo es como un borrico –un borrico fue el trono de Dios en Jerusalén– que te lleva a lomos por las veredas divinas de la tierra: hay que dominarlo para que no se aparte de las sendas de Dios, y animarle para que su trote sea todo lo alegre y brioso que cabe esperar de un jumento.

Mirad que el Señor suspira por conducirnos a pasos maravillosos, divinos y humanos, que se traducen en una abnegación feliz, de alegría con dolor, de olvido de sí mismo. Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo24. Un consejo que hemos escuchado todos. Hemos de decidirnos a seguirlo de verdad: que el Señor pueda servirse de nosotros para que, metidos en todas las encrucijadas del mundo –estando nosotros metidos en Dios–, seamos sal, levadura, luz. Tú, en Dios, para iluminar, para dar sabor, para acrecentar, para fermentar.

Pero no me olvides que no creamos nosotros esa luz: únicamente la reflejamos. No somos nosotros los que salvamos las almas, empujándolas a obrar el bien: somos tan solo un instrumento, más o menos digno, para los designios salvadores de Dios. Si alguna vez pensásemos que el bien que hacemos es obra nuestra, volvería la soberbia, aún más retorcida; la sal perdería el sabor, la levadura se pudriría, la luz se convertiría en tinieblas.

Notas
17

1 Cor IX, 25.

18

Cfr. Mt IV, 1-11.

19

Lc VII, 34.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
20

Mt VI, 16-18.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
21

Dt XXV, 4.

22

1 Cor IX, 9-10.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
24

Mt XVI, 24.

Referencias a la Sagrada Escritura