Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Mundo → responsabilidad del cristiano.

Al pie de la viña

Érase un padre de familias, que plantó una viña, y la cercó de vallado, y cavando, hizo allí un lagar, edificó una torre, la arrendó después a ciertos labradores, y se ausentó a un país lejano22.

Querría que meditáramos las enseñanzas de esta parábola, desde el punto de vista que nos interesa ahora. La tradición ha visto, en este relato, una imagen del destino del pueblo elegido por Dios; y nos ha señalado principalmente cómo, a tanto amor por parte del Señor, correspondemos los hombres con infidelidad, con falta de agradecimiento.

Concretamente pretendo detenerme en ese se ausentó a un país lejano. Enseguida llego a la conclusión de que los cristianos no debemos abandonar esta viña, en la que nos ha metido el Señor. Hemos de emplear nuestras fuerzas en esa labor, dentro de la cerca, trabajando en el lagar y, acabada la faena diaria, descansando en la torre. Si nos dejáramos arrastrar por la comodidad, sería como contestar a Cristo: ¡eh!, que mis años son para mí, no para Ti. No deseo decidirme a cuidar tu viña.

El Señor nos ha regalado la vida, los sentidos, las potencias, gracias sin cuento: y no tenemos derecho a olvidar que somos un obrero, entre tantos, en esta hacienda, en la que Él nos ha colocado, para colaborar en la tarea de llevar el alimento a los demás. Este es nuestro sitio: dentro de estos límites; aquí hemos de gastarnos diariamente con Él, ayudándole en su labor redentora23.

Dejadme que insista: ¿tu tiempo para ti? ¡Tu tiempo para Dios! Puede ser que, por la misericordia del Señor, ese egoísmo no haya entrado en tu alma de momento. Te hablo, por si alguna vez sientes que tu corazón vacila en la fe de Cristo. Entonces te pido –te pide Dios– fidelidad en tu empeño, dominar la soberbia, sujetar la imaginación, no permitirte la ligereza de irte lejos, no desertar.

Les sobraba toda la jornada, a aquellos jornaleros que estaban en medio de la plaza; quería matar las horas, el que escondió el talento en el suelo; se va a otra parte, el que debía ocuparse de la viña. Todos coinciden en una insensibilidad, ante la gran tarea que a cada uno de los cristianos ha sido encomendada por el Maestro: la de considerarnos y la de portarnos como instrumentos suyos, para corredimir con Él; la de consumir nuestra vida entera, en ese sacrificio gozoso de entregarnos por el bien de las almas.

Continúa la escena evangélica: y enviaron discípulos suyos –de los fariseos– con algunos herodianos que le dijeron: Maestro4. Mirad con qué retorcimiento le llaman Maestro; se fingen admiradores y amigos, le dispensan un tratamiento que se reserva a la autoridad de la que se espera recibir una enseñanza. Magister, scimus quia verax es5, sabemos que eres veraz..., ¡qué astucia tan infame! ¿Habéis visto doblez mayor? Andad por este mundo con cuidado. No seáis cautelosos, desconfiados; sin embargo, debéis sentir sobre vuestros hombros –recordando aquella imagen del Buen Pastor que aparece en las catacumbas– el peso de esa oveja, que no es un alma sola, sino la Iglesia entera, la humanidad entera.

Al aceptar con garbo esta responsabilidad, seréis audaces y seréis prudentes para defender y proclamar los derechos de Dios. Y entonces, por la entereza de vuestro comportamiento, muchos os considerarán y os llamarán maestros, sin pretenderlo vosotros: que no buscamos la gloria terrena. Pero no os extrañéis si, entre tantos que se os acerquen, se insinúan esos que únicamente pretenden adularos. Grabad en vuestras almas lo que me habéis oído repetidas veces: ni las calumnias, ni las murmuraciones, ni los respetos humanos, ni el qué dirán, y mucho menos las alabanzas hipócritas, han de impedirnos jamás cumplir nuestro deber.

Os libraré de la cautividad, estéis donde estéis7. Nos libramos de la esclavitud, con la oración: nos sabemos libres, volando en un epitalamio de alma encariñada, en un cántico de amor, que empuja a desear no apartarse de Dios. Un nuevo modo de pisar en la tierra, un modo divino, sobrenatural, maravilloso. Recordando a tantos escritores castellanos del quinientos, quizá nos gustará paladear por nuestra cuenta: ¡que vivo porque no vivo: que es Cristo quien vive en mí!8.

Se acepta gustosamente la necesidad de trabajar en este mundo, durante muchos años, porque Jesús tiene pocos amigos aquí abajo. No rehusemos la obligación de vivir, de gastarnos –bien exprimidos– al servicio de Dios y de la Iglesia. De esta manera, en libertad: in libertatem gloriae filiorum Dei9, qua libertate Christus nos liberavit10; con la libertad de los hijos de Dios, que Jesucristo nos ha ganado muriendo sobre el madero de la Cruz.

Notas
22

Mt XXI, 33.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
23

Cfr. Col I, 24.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
4

Mt XXII, 16.

5

Ibidem.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
7

Ier XXIX, 14.

8

Cfr. Gal II, 20.

9

Rom VIII, 21.

10

Gal IV, 31.

Referencias a la Sagrada Escritura