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Hay 5 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Confesión → sinceridad y contrición.

Sinceridad en la dirección espiritual

Conocéis de sobra las obligaciones de vuestro camino de cristianos, que os conducirán sin pausa y con calma a la santidad; estáis también precavidos contra las dificultades, prácticamente contra todas, porque se vislumbran ya desde los principios del camino. Ahora os insisto en que os dejéis ayudar, guiar, por un director de almas, al que confiéis todas vuestras ilusiones santas y los problemas cotidianos que afecten a la vida interior, los descalabros que sufráis y las victorias.

En esa dirección espiritual mostraos siempre muy sinceros: no os concedáis nada sin decirlo, abrid por completo vuestra alma, sin miedos ni vergüenzas. Mirad que, si no, ese camino tan llano y carretero se enreda, y lo que al principio no era nada, acaba convirtiéndose en un nudo que ahoga. «No penséis que los que se pierden caen víctimas de un fracaso repentino; cada uno de ellos erró en los comienzos de su senda, o bien descuidó por largo tiempo su alma, de modo que debilitándose progresivamente la fuerza de sus virtudes y creciendo, en cambio, poco a poco la de los vicios, vino a quebrantarse miserablemente... Una casa no se derrumba de golpe por un accidente imprevisible: o había ya algún defecto en sus fundamentos, o la desidia de los que la habitaban se prolongó por mucho tiempo, de forma que los desperfectos en un principio pequeñísimos fueron corroyendo la firmeza de la armadura, por lo que, cuando llegó la tempestad o arreciaron las lluvias torrenciales, se destruyó sin remedio, poniendo de manifiesto lo antiguo del descuido»20.

¿Os acordáis del cuento del gitano que se fue a confesar? No pasa de ser un cuento, un chascarrillo, porque de la confesión no se habla jamás, aparte de que yo estimo mucho a los gitanos. ¡Pobrecillo! Estaba arrepentido de veras: padre cura, yo me acuso de haber robado un ronzal... –poca cosa, ¿verdad?–; y detrás había una mula...; y detrás otro ronzal...; y otra mula... Y así, hasta veinte. Hijos míos, lo mismo ocurre en nuestro comportamiento: en cuanto concedemos el ronzal, viene después lo demás, viene a continuación una reata de malas inclinaciones, de miserias que envilecen y avergüenzan; y otro tanto sucede en la convivencia: se comienza con un pequeño desaire, y se acaba viviendo de espaldas, en medio de la indiferencia más heladora.

Cazadnos las raposas, las raposas pequeñas, que destrozan la viña, nuestras viñas en flor21. Fieles en lo pequeño, muy fieles en lo pequeño. Si procuramos esforzarnos así, aprenderemos también a acudir con confianza a los brazos de Santa María, como hijos suyos. ¿No os recordaba al principio que todos nosotros tenemos muy pocos años, tantos como los que llevamos decididos a tratar a Dios con intimidad? Pues es razonable que nuestra miseria y nuestra poquedad se acerquen a la grandeza y a la pureza santa de la Madre de Dios, que es también Madre nuestra.

Os puedo contar otra anécdota real, porque han transcurrido ya tantos años, tantísimos años desde que sucedió; y porque os ayudará a pensar, por el contraste y la crudeza de las expresiones. Me hallaba dirigiendo un curso de retiro para sacerdotes de diversas diócesis. Yo los buscaba con afecto y con interés, para que viniesen a hablar, a desahogar su conciencia, porque también los sacerdotes necesitamos del consejo y de la ayuda de un hermano. Empecé a charlar con uno, algo brutote, pero muy noble y sincero; le tiraba de la lengua un poco, con delicadeza y con claridad, para restañar cualquier herida que hubiera allá dentro, en su corazón. En un determinado momento, me interrumpió, más o menos con estas palabras: yo tengo una envidia muy grande de mi burra; ha estado prestando servicios parroquiales en siete curatos, y no hay nada que decir de ella. ¡Ay si yo hubiera hecho lo mismo!

Quizá –¡examínate a fondo!– tampoco merezcamos nosotros la alabanza que ese curita de pueblo cantaba de su burra. Hemos trabajado tanto, hemos ocupado tales puestos de responsabilidad, has triunfado en esta y en aquella tarea humana..., pero, en la presencia de Dios, ¿no encuentras nada de lo que no debas lamentarte? ¿Has intentado de verdad servir a Dios y a tus hermanos los hombres, o has fomentado tu egoísmo, tu gloria personal, tus ambiciones, tu éxito exclusivamente terreno y penosamente caduco?

Si os hablo un poco descarnadamente, es porque yo quiero hacer una vez más un acto de contrición muy sincero, y porque quisiera que cada uno de vosotros también pidiera perdón. A la vista de nuestras infidelidades, a la vista de tantas equivocaciones, de flaquezas, de cobardías –cada uno las suyas–, repitamos de corazón al Señor aquellas contritas exclamaciones de Pedro: Domine, tu omnia nosti, tu scis quia amo te!22; ¡Señor!, ¡Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo, a pesar de mis miserias! Y me atrevo a añadir: Tú conoces que te amo, precisamente por esas miserias mías, pues me llevan a apoyarme en Ti, que eres la fortaleza: quia Tu es, Deus, fortitudo mea23. Y desde ahí, recomencemos.

¿Cómo lograremos superar esas mezquindades? Insisto, por su importancia capital: con humildad, y con sinceridad en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Penitencia. Id a los que orientan vuestras almas con el corazón abierto; no lo cerréis, porque si se mete el demonio mudo, es difícil de sacar.

Perdonad mi machaconería, pero juzgo imprescindible que se grabe a fuego en vuestras inteligencias, que la humildad y –su consecuencia inmediata– la sinceridad enlazan los otros medios, y se muestran como algo que fundamenta la eficacia para la victoria. Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.

Quiero que esto quede claro; a mí no me preocupan tanto el corazón y la carne, como la soberbia. Humildes. Cuando penséis que tenéis toda la razón, no tenéis razón ninguna. Id a la dirección espiritual con el alma abierta: no la cerréis, porque –repito– se mete el demonio mudo, que es difícil de sacar.

Acordaos de aquel pobre endemoniado, que no consiguieron liberar los discípulos; solo el Señor obtuvo su libertad, con oración y ayuno. En aquella ocasión obró el Maestro tres milagros: el primero, que oyera: porque cuando nos domina el demonio mudo, se niega el alma a oír; el segundo, que hablara; y el tercero, que se fuera el diablo.

Contad primero lo que desearíais que no se supiera. ¡Abajo el demonio mudo! De una cuestión pequeña, dándole vueltas, hacéis una bola grande, como con la nieve, y os encerráis dentro. ¿Por qué? ¡Abrid el alma! Yo os aseguro la felicidad, que es fidelidad al camino cristiano, si sois sinceros. Claridad, sencillez: son disposiciones absolutamente necesarias; hemos de abrir el alma, de par en par, de modo que entre el sol de Dios y la claridad del Amor.

Para apartarse de la sinceridad total no es preciso siempre una motivación turbia; a veces, basta un error de conciencia. Algunas personas se han formado –deformado– de tal manera la conciencia que su mutismo, su falta de sencillez, les parece una cosa recta: piensan que es bueno callar. Sucede incluso con almas que han recibido una excelente preparación, que conocen las cosas de Dios; quizá por eso encuentran motivos para convencerse de que conviene callar. Pero están engañados. La sinceridad es necesaria siempre; no valen excusas, aunque parezcan buenas.

Terminamos este rato de conversación, en la que tú y yo hemos hecho nuestra oración a Nuestro Padre, rogándole que nos conceda la gracia de vivir esa afirmación gozosa de la virtud cristiana de la castidad.

Se lo pedimos por intercesión de Santa María, que es la pureza inmaculada. Acudimos a Ella –tota pulchra!–, con un consejo que yo daba, ya hace muchos años, a los que se sentían intranquilos en su lucha diaria para ser humildes, limpios, sinceros, alegres, generosos. Todos los pecados de tu vida parece como si se pusieran de pie. No desconfíes. Por el contrario, llama a tu Madre Santa María, con fe y abandono de niño. Ella traerá el sosiego a tu alma27.

Notas
20

Casiano, Collationes, 6, 17 (PL 49, 667-668).

Notas
21

Cant II, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
22

Ioh XXI, 17.

23

Ps XLII, 2.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
27

Consideraciones espirituales, Cuenca 1934, p. 53.