Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Camino» cuya materia es Rectitud de intención → buscar la gloria de Dios.

Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en «tercer lugar», acción.

Haz este propósito determinado y firme: acordarte, cuando te den honras y alabanzas, de aquello que te avergüenza y sonroja.

Esto es tuyo; la alabanza y la gloria, de Dios.

Pureza de intención. —La tendrás siempre, si, siempre y en todo, sólo buscas agradar a Dios.

En las empresas de apostolado, está bien —es un deber— que consideres tus medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con otro sumando: Dios + 2 + 2...

Cuando sólo se busca a Dios, bien se puede poner en práctica, para sacar adelante obras de celo, aquel principio que asentaba un buen amigo nuestro: «Se gasta lo que se deba, aunque se deba lo que se gaste».

Te duele que no te agradezcan aquel favor. —Respóndeme a estas dos preguntas: ¿tan agradecido eres tú con Cristo Jesús?... ¿has sido capaz de hacer ese favor, buscando el agradecimiento en la tierra?

Es bueno dar gloria a Dios, sin tomarse anticipos (mujer, hijos, honores...) de esa gloria, de que gozaremos plenamente con Él en la Vida...

Además, Él es generoso... Da el ciento por uno: y esto es verdad hasta en los hijos. —Muchos se privan de ellos por su gloria, y tienen miles de hijos de su espíritu. —Hijos, como nosotros lo somos del Padre nuestro, que está en los cielos.

«Deo omnis gloria». —Para Dios toda la gloria. —Es una confesión categórica de nuestra nada. Él, Jesús, lo es todo. Nosotros, sin Él, nada valemos: nada.

Nuestra vanagloria sería eso: gloria vana; sería un robo sacrílego; el «yo» no debe aparecer en ninguna parte.

Si la vida no tuviera por fin dar gloria a Dios, sería despreciable, más aún: aborrecible.

Da «toda» la gloria a Dios. —«Exprime» con tu voluntad, ayudado por la gracia, cada una de tus acciones, para que en ellas no quede nada que huela a humana soberbia, a complacencia de tu «yo».

Que ningún afecto te ate a la tierra, fuera del deseo divinísimo de dar gloria a Cristo y, por Él y con Él y en Él, al Padre y al Espíritu Santo.

Pureza de intención. —Las sugestiones de la soberbia y los ímpetus de la carne los conoces pronto... y peleas y, con la gracia, vences.

Pero los motivos que te llevan a obrar, aun en las acciones más santas, no te parecen claros... y sientes una voz allá dentro que te hace ver razones humanas..., con tal sutileza, que se infiltra en tu alma la intranquilidad de pensar que no trabajas como debes hacerlo —por puro Amor, sola y exclusivamente por dar a Dios toda su gloria.

Reacciona en seguida cada vez y di: «Señor, para mí nada quiero. —Todo para tu gloria y por Amor».

Referencias a la Sagrada Escritura