Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas I» cuya materia es Naturalidad y sencillez → cristianos corrientes .

Lo que nos pide el Señor es naturalidad: si somos cristianos corrientes, almas entregadas a Dios en medio del mundo −en el mundo y del mundo, pero sin ser mundanos−, no podemos comportarnos de otro modo: hacer cosas que en otros son raras, serían raras también en nosotros. Sabéis bien que he prohibido que nuestra entrega tenga especiales manifestaciones externas: no hay ninguna razón para que llevemos uniformes o insignias.

Respeto a los que piensan que, para ser buen cristiano, hace falta ponerse al cuello una docena de escapularios o de medallas. Tengo mucha devoción a los escapularios y a las medallas, pero tengo más devoción a tener doctrina, a que la gente adquiera conocimiento profundo de la religión.

De este modo no es necesario, para demostrar que se es cristiano, adornarse con un puñado de distintivos, porque el cristianismo se manifestará con sencillez en las vidas de los que conocen su fe y luchan por ponerla en práctica, en el esfuerzo por portarse bien, en la alegría con que tratan de las cosas de Dios, en la ilusión con que viven la caridad.

En nosotros, no obrar así sería olvidar la esencia misma de nuestra divina llamada, porque entonces ya no seríamos personas corrientes: nos habríamos separado de la masa, y habríamos dejado de ser levadura. Una sola cosa ha de distinguirnos: que no nos distinguimos. Por eso, para algunas personas amigas de llamar la atención, o de hacer payasadas, somos raros, porque no somos raros.

Hemos de tener una santa impaciencia por pegar el fuego divino, que el Señor ha hecho arder en nuestros corazones, a todas las almas que están alrededor nuestro, y hasta a las más lejanas: pero, mientras no llegue la aprobación de la Santa Iglesia, conviene que se actúe con prudencia −de acuerdo con el Rvmo. Ordinario del lugar, como hemos hecho siempre−, dando a conocer afirmativamente a la gente la realidad de la Obra. Tened muy claro, sin embargo, que este modo de proceder no es, de ninguna manera, guardar secretos: obramos a la vista de todo el mundo, y de hecho sólo los ciegos y los sordos pueden desconocer nuestra Obra.

Algunos, por lo que veo, llevados de su incomprensión −ya notáis que no soy duro en juzgar−, querrían que mis hijos, por tener esa entrega maravillosa al servicio de Dios, lucieran un cartelón en la espalda que dijera, poco más o menos: conste que soy un buen chico. Y no se dan cuenta de que nosotros −que no somos, ni seremos nunca religiosos−, jurídicamente, canónicamente, trabajamos con sentido sobrenatural, lo mismo que los miembros de una asociación de fieles.

Y a nadie se le ocurre hacer, por ejemplo, que un médico, si es terciario, ponga en sus tarjetas de visita: «Fulano de Tal, terciario franciscano, doctor en Medicina». Luego nuestra manera de obrar no puede ser calificada como un secreto: porque no es querer disimular lo que somos. Por el contrario, es sencillamente naturalidad: no querer simular lo que no somos, porque somos cristianos corrientes, iguales a los demás ciudadanos.

Trabajar con naturalidad. Humildad personal. Heroísmo en la humildad colectiva

Para ser eficaces, por lo tanto, debéis trabajar con naturalidad, sin espectáculo, sin pretender llamar la atención, pasando inadvertidos, como pasa inadvertido un buen padre que educa cristianamente a sus hijos, un buen amigo que da un consejo lleno de sentido cristiano a otro amigo suyo, un industrial o un negociante que cuida de que sus obreros estén atendidos en lo espiritual y en lo material.

Debéis trabajar −por tanto− silenciosamente, pero sin misterios ni secreteos, que nunca hemos empleado y nunca emplearemos: porque no se necesitan para servir a Dios, y además repugnan a las personas que tienen claridad en la conciencia y en la conducta. Silenciosamente: con una humildad personal tan honda, que os lleve necesariamente a vivir la humildad colectiva, a no querer recibir cada uno la estimación y el aprecio que merece la Obra de Dios y la vida santa de sus hermanos.

Esta humildad colectiva −que es heroica, y que muchos no entenderán− hace que los que forman parte de la Obra pasen ocultos entre sus iguales del mundo, sin recibir aplausos por la buena semilla que siembran, porque los demás apenas se darán cuenta, ni acabarán de explicarse del todo ese bonus odor Christi79, que inevitablemente se ha de desprender de la vida de mis hijos.

Notas
79

Cfr. 2 Co 2,15; «bonus odor Christi»: «el buen olor de Cristo» (T. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura