Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Cartas I» cuya materia es Sinceridad → para dejarse ayudar espiritualmente .

Sed muy sinceros, insisto. Y cuando os ocurra algo que no quisierais que se supiese, decidlo inmediatamente −corriendo− a quien os puede ayudar, al Buen Pastor. Esta decisión es lógica: suponed que una persona camina con una piedra grande en la espalda y con los bolsillos llenos de piedrecitas que, entre todas, pesan cien gramos. Si situamos a esa persona en Madrid, vamos a suponer que la distancia que ha de recorrer es de la Puerta del Sol hasta Cuatro Caminos. Cuando llegue al final del trayecto, no sacará una a una las piedrecillas de los bolsillos, quedándose −mientras− con la gran piedra encima. Hijos míos, pues nosotros igual. Lo primero que hemos de echar fuera es lo que pesa. Otro modo de comportarse es una gran tontería, y un principio de insinceridad.

No tengáis miedo a nada ni a nadie. Si vienen frutos amargos, decidlo. Todo el remedio está en Dios: aunque hubiese sido un delito grande, enorme. Decidlo todo; hablad, que se arregla. El que os oiga no se asustará de nada, porque sabe que él también es de barro, y que es capaz de cometer el mismo desatino, si es desatino, porque la mayor parte de las veces esos sufrimientos proceden de escrúpulos o de una conciencia mal formada. Más motivo para hablar claramente.

El miedo, a los que dirigen nuestra alma, es la tentación más diabólica. El miedo y la vergüenza, que no dejan ser sinceros, son los enemigos más grandes de la perseverancia. Somos de barro; pero, si hablamos, el barro adquiere la fortaleza del bronce. Tened bien cogidas estas ideas, llevadlas a la práctica y habremos asegurado la tranquilidad en el servicio de Dios, porque será muy difícil ofuscarnos.

Hijos míos, hemos venido a la Obra a ser santos en medio del mundo; para lograr esto, hemos de poner todos los medios. Cuando un enfermo va a una clínica, para lograr la salud, si le piden que se quite la ropa, porque tienen que hacerle un reconocimiento, y dice que no; si le preguntan qué síntomas tiene, y no lo quiere decir… A esa persona, a donde hay que llevarla no es a una clínica, sino al manicomio.

Debemos facilitar, a quienes tengan la misión de formarnos, el conocimiento de todas nuestras circunstancias personales, no podemos tener miedo de que sepan cómo somos. Al contrario: nos ha de dar alegría hacer que nuestra alma sea transparente. Sólo de ese modo, con esa sinceridad con Dios, con vosotros mismos y con los que os forman, lograremos −en la medida de lo posible y con la ayuda de Dios− la perfección cristiana, la perfección humana, la perseverancia en el bien.