Lista de puntos

Hay 5 puntos en «Cartas II» cuya materia es Opus Dei  → diferencias con el apostolado de los religiosos.

Estamos, además, en inmejorables condiciones para servir y para fomentar la unidad de la Iglesia. Resulta difícil que, por nuestra parte, haya interferencias en el trabajo apostólico de otros, ya que el nuestro es objetivamente distinto y es también diferente el modo de realizarlo, siempre a través del trabajo humano profesional.

Es completamente distinto, en primer lugar, del que hacen los religiosos, por la sencilla razón de que no somos religiosos ni hemos nacido para suplantarles; es distinto también del que realizan los miembros de otras asociaciones de fieles, porque nuestras tareas apostólicas tienen como base la labor profesional –no son simplemente algo añadido a la actividad ordinaria de ciudadano y de profesional–, y exigen plena dedicación a Dios en esas labores, a la vez profesionales y apostólicas.

Vivís de vuestro oficio, habéis de ganar lo suficiente para manteneros y para ayudar económicamente a la Obra, en sus labores espirituales. Y el apostolado no es algo sobreañadido a vuestra profesión, o como una profesión distinta. Nuestra colaboración al trabajo de almas es, pues, un servicio extraordinariamente económico para la Iglesia: gratuito.

Y en esto también os distinguís de otros seglares que, por dedicar toda o parte de su actividad a un determinado apostolado, obtienen de esa labor toda o parte de su sustentación, con lo que suponen una carga para la diócesis o para la Santa Sede.

El Opus Dei y sus hijos no necesitan dinero, porque trabajan, cada uno en su tarea profesional, y se sostienen sobradamente; pero, para nuestras obras corporativas, cuanto más nos ayuden, mejor serviremos a las almas.

Respeto a las vocaciones de los demás. Amor y veneración por los religiosos

Quien no es capaz de amar, o al menos de respetar, la vocación de los demás –con las tareas apostólicas que cada vocación lleva consigo–, no ama rectamente la propia vocación: quizá porque quiere desordenadamente que la vocación de los demás sea igual que la suya; o quiere absorber todos los apostolados en el suyo propio, con la consecuencia inmediata de no centrarse en los fines que, por justicia, ha de cumplir, y de convertirse –por tanto– en un obstáculo para el trabajo de los demás y para la unidad y la variedad del apostolado.

No voy a extenderme en todo lo que me sugieren estas consideraciones, que se salen del tema de esta Carta, pero no quiero dejar de deciros –una vez más– cómo amo y venero a los religiosos, y a todas las almas que trabajan por Cristo. Refiriéndome a ellos, puedo repetir mil veces con verdad las palabras que San Pablo escribía a los fieles de Filipos: testis enim mihi est Deus, quomodo cupiam omnes vos in visceribus Iesu Christi37, Dios me es testigo del cariño con que os amo en las entrañas de Jesucristo.

Sin embargo, el fenómeno apostólico de la Obra, hijas e hijos míos, y vuestra vocación son tan peculiares –y tan diversos del nacimiento y del desarrollo de una vocación religiosa–, que la totalidad de los socios del Opus Dei, ni antes ni después de encontrar este camino de santidad en el mundo, habían pensado seriamente en entregarse a Dios en el sacerdocio o en el estado religioso.

No sacamos, por tanto, a nadie de su sitio, llevándole a una vocación que no sea la suya; no es posible que apartemos a nadie del camino que Dios le haya trazado. Para que quede bien claro, os escribiré siempre que no queremos ser como unos religiosos relajados: porque ni tenemos relajamiento, ni tenemos vocación de religiosos.

Hemos de seguir siendo lo que fuéramos antes de venir al Opus Dei: gente de la calle, cada uno en su estado –solteros, casados, viudos, sacerdotes–, que no cambian de estado por venir a la Obra, aunque dediquen personalmente su vida a servir a las almas por Amor.

Los que son hermanos en Jesucristo y trabajan para el único Señor –aunque en labores diversas: fuit… Abel pastor… et Cain agricola38– no pueden ser nunca obstáculo mutuo; la tarea apostólica no tiene límites y todos los brazos son pocos para trabajar: hay labor para todos.

Quien fuese –por envidia, por celos o por tiranía– un obstáculo para la labor de sus hermanos, no podrá dejar de aplicarse aquel duro reproche de la Escritura: por aquí se distinguen a los hijos de Dios, de los hijos del diablo. Todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios, y tampoco lo es el que no ama a su hermano; en verdad que esta es la doctrina que aprendisteis desde el principio, que os améis unos a otros. No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Porque sus obras eran malas y las de su hermano justas39.

Nada tiene de particular que el Señor, que es Padre, muestre predilecciones determinadas con unos y otros de sus hijos: aunque distintas, las tiene para todos; a cada cual le da lo que conviene, para sí y para la utilidad del conjunto de la familia y de la labor.

El error estaría en la indelicadeza del hijo, que no acepta y no se contenta con lo suyo, y en la equivocación de envidiar lo de los demás. Error que puede llevar a caer en la tentación de apartar y alejar al hermano, si se pudiese, como hicieron los hermanos de José40.

Notas
37

Flp 1,8.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
38

Gn 4,2.

39

1 Jn 3,10-12.

40

Cfr. Gn, 37.

Referencias a la Sagrada Escritura