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Hay 2 puntos en «Es Cristo que pasa» cuya materia es Corazón de Cristo → devoción.

Conocer el Corazón de Cristo Jesús

No puedo dejar de confiaros algo, que constituye para mí motivo de pena y de estímulo para la acción: pensar en los hombres que aún no conocen a Cristo, que no barruntan todavía la profundidad de la dicha que nos espera en los cielos, y que van por la tierra como ciegos persiguiendo una alegría de la que ignoran su verdadero nombre, o perdiéndose por caminos que les alejan de la auténtica felicidad. Qué bien se entiende lo que debió sentir el Apóstol Pablo aquella noche en la ciudad de Tróade cuando, entre sueños, tuvo una visión: un varón macedonio se le puso delante, rogándole: pasa a Macedonia y ayúdanos. Acabada la visión, al instante buscaron —Pablo y Timoteo— cómo pasar a Macedonia, seguros de que Dios los llamaba para predicar el Evangelio a aquellas gentes9.

¿No sentís también vosotros que Dios nos llama, que —a través de todo lo que sucede a nuestro alrededor— nos empuja a proclamar la buena nueva de la venida de Jesús? Pero a veces los cristianos empequeñecemos nuestra vocación, caemos en la superficialidad, perdemos el tiempo en disputas y rencillas. O, lo que es peor aún, no faltan quienes se escandalizan falsamente ante el modo empleado por otros para vivir ciertos aspectos de la fe o determinadas devociones y, en lugar de abrir ellos camino esforzándose por vivirlas de la manera que consideran recta, se dedican a destruir y a criticar. Ciertamente pueden surgir, y surgen de hecho, deficiencias en la vida de los cristianos. Pero lo importante no somos nosotros y nuestras miserias: el único que vale es Él, Jesús. Es de Cristo de quien hemos de hablar, y no de nosotros mismos.

Las reflexiones que acabo de hacer, están provocadas por algunos comentarios sobre una supuesta crisis en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. No hay tal crisis; la verdadera devoción ha sido y es actualmente una actitud viva, llena de sentido humano y de sentido sobrenatural. Sus frutos han sido y siguen siendo frutos sabrosos de conversión, de entrega, de cumplimiento de la voluntad de Dios, de penetración amorosa en los misterios de la Redención.

Cosa bien diversa, en cambio, son las manifestaciones de ese sentimentalismo ineficaz, ayuno de doctrina, con empacho de pietismo. Tampoco a mí me gustan las imágenes relamidas, esas figuras del Sagrado Corazón que no pueden inspirar devoción ninguna, a personas con sentido común y con sentido sobrenatural de cristiano. Pero no es una muestra de buena lógica convertir unos abusos prácticos, que acaban desapareciendo solos, en un problema doctrinal, teológico.

Si hay crisis, se trata de crisis en el corazón de los hombres, que no aciertan —por miopía, por egoísmo, por estrechez de miras— a vislumbrar el insondable amor de Cristo Señor Nuestro. La liturgia de la santa Iglesia, desde que se instituyó la fiesta de hoy, ha sabido ofrecer el alimento de la verdadera piedad, recogiendo como lectura para la misa un texto de San Pablo, en el que se nos propone todo un programa de vida contemplativa —conocimiento y amor, oración y vida—, que empieza con esta devoción al Corazón de Jesús. Dios mismo, por boca del Apóstol, nos invita a andar por ese camino: que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; y que arraigados y cimentados en la caridad, podáis comprender con todos los santos, cuál sea la anchura y la grandeza, la altura y la profundidad del misterio; y conocer también aquel amor de Cristo, que sobrepuja todo conocimiento, para que os llenéis de toda la plenitud de Dios10.

La plenitud de Dios se nos revela y se nos da en Cristo, en el amor de Cristo, en el Corazón de Cristo. Porque es el Corazón de Aquel en quien habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente11. Por eso, si se pierde de vista este gran designio de Dios —la corriente de amor instaurada en el mundo por la Encarnación, por la Redención y por la Pentecostés—, no se comprenderán las delicadezas del Corazón del Señor.

La verdadera devoción al Corazón de Cristo

Tengamos presente toda la riqueza que se encierra en estas palabras: Sagrado Corazón de Jesús. Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresarse los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su corazón, podemos decir con lenguaje nuestro.

Al corazón pertenecen la alegría: que se alegre mi corazón en tu socorro12; el arrepentimiento: mi corazón es como cera que se derrite dentro de mi pecho13; la alabanza a Dios: de mi corazón brota un canto hermoso14; la decisión para oír al Señor: está dispuesto mi corazón15; la vela amorosa: yo duermo, pero mi corazón vigila16. Y también la duda y el temor: no se turbe vuestro corazón, creed en mí17.

El corazón no sólo siente; también sabe y entiende. La ley de Dios es recibida en el corazón18, y en él permanece escrita19. Añade también la Escritura: de la abundancia del corazón habla la boca20. El Señor echó en cara a unos escribas: ¿por qué pensáis mal en vuestros corazones?21. Y, para resumir todos los pecados que el hombre puede cometer, dijo: del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias22.

Cuando en la Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón23.

Por eso al tratar ahora del Corazón de Jesús, ponemos de manifiesto la certidumbre del amor de Dios y la verdad de su entrega a nosotros. Al recomendar la devoción a ese Sagrado Corazón, estamos recomendando que debemos dirigirnos íntegramente —con todo lo que somos: nuestra alma, nuestros sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones, nuestros trabajos y nuestras alegrías— a todo Jesús.

En esto se concreta la verdadera devoción al Corazón de Jesús: en conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos, y en mirar a Jesús y acudir a Él, que nos anima, nos enseña, nos guía. No cabe en esta devoción más superficialidad que la del hombre que, no siendo íntegramente humano, no acierta a percibir la realidad de Dios encarnado.

Notas
9

Act XVI, 9-10.

10

Eph III, 17-19.

11

Col II, 9.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
12

Ps XII, 6.

13

Ps XXI, 15.

14

Ps XLIV, 2.

15

Ps LVI, 8.

16

Cant V, 2.

17

Ioh XIV, 1.

18

Cfr. Ps XXXIX, 9.

19

Cfr. Prv VII, 3.

20

Mt XII, 34.

21

Mt IX, 4.

22

Mt XV, 19.

23

Mt VI, 21.

Referencias a la Sagrada Escritura