Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Es Cristo que pasa» cuya materia es Dios Padre  → amor filial .

Filiación divina

¿Cómo se explica esa oración confiada, ese saber que no pereceremos en la batalla? Es un convencimiento que arranca de una realidad que nunca me cansaré de admirar: nuestra filiación divina. El Señor que, en esta Cuaresma, pide que nos convirtamos no es un Dominador tiránico, ni un Juez rígido e implacable: es nuestro Padre. Nos habla de nuestros pecados, de nuestros errores, de nuestra falta de generosidad: pero es para librarnos de ellos, para prometernos su Amistad y su Amor. La conciencia de nuestra filiación divina da alegría a nuestra conversión: nos dice que estamos volviendo hacia la casa del Padre.

La filiación divina es el fundamento del espíritu del Opus Dei. Todos los hombres son hijos de Dios. Pero un hijo puede reaccionar, frente a su padre, de muchas maneras. Hay que esforzarse por ser hijos que procuran darse cuenta de que el Señor, al querernos como hijos, ha hecho que vivamos en su casa, en medio de este mundo, que seamos de su familia, que lo suyo sea nuestro y lo nuestro suyo, que tengamos esa familiaridad y confianza con Él que nos hace pedir, como el niño pequeño, ¡la luna!

Un hijo de Dios trata al Señor como Padre. Su trato no es un obsequio servil, ni una reverencia formal, de mera cortesía, sino que está lleno de sinceridad y de confianza. Dios no se escandaliza de los hombres. Dios no se cansa de nuestras infidelidades. Nuestro Padre del Cielo perdona cualquier ofensa, cuando el hijo vuelve de nuevo a Él, cuando se arrepiente y pide perdón. Nuestro Señor es tan Padre, que previene nuestros deseos de ser perdonados, y se adelanta, abriéndonos los brazos con su gracia.

Mirad que no estoy inventando nada. Recordad aquella parábola que el Hijo de Dios nos contó para que entendiéramos el amor del Padre que está en los cielos: la parábola del hijo pródigo37.

Cuando aún estaba lejos, dice la Escritura, lo vio su padre, y enterneciéronsele las entrañas y corriendo a su encuentro, le echó los brazos al cuello y le dio mil besos38. Estas son las palabras del libro sagrado: le dio mil besos, se lo comía a besos. ¿Se puede hablar más humanamente? ¿Se puede describir de manera más gráfica el amor paternal de Dios por los hombres?

Ante un Dios que corre hacia nosotros, no podemos callarnos, y le diremos con San Pablo, Abba, Pater!39, Padre, ¡Padre mío!, porque, siendo el Creador del universo, no le importa que no utilicemos títulos altisonantes, ni echa de menos la debida confesión de su señorío. Quiere que le llamemos Padre, que saboreemos esa palabra, llenándonos el alma de gozo.

La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que —por tanto— se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. Volver hacia la casa del Padre, por medio de ese sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios.

Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos.

Así se entra en el canon, con la confianza filial que llama a nuestro Padre Dios clementísimo. Le pedimos por la Iglesia y por todos en la Iglesia: por el Papa, por nuestra familia, por nuestros amigos y compañeros. Y el católico, con corazón universal, ruega por todo el mundo, porque nada puede quedar excluido de su celo entusiasta. Para que la petición sea acogida, hacemos presente nuestro recuerdo y nuestra comunicación con la gloriosa siempre Virgen María y con un puñado de hombres, que siguieron los primeros a Cristo y murieron por Él.

Quam oblationem... Se acerca el instante de la consagración. Ahora, en la Misa, es otra vez Cristo quien actúa, a través del sacerdote: Este es mi Cuerpo. Este es el cáliz de mi Sangre. ¡Jesús está con nosotros! Con la Transustanciación, se reitera la infinita locura divina, dictada por el Amor. Cuando hoy se repita ese momento, que sepamos cada uno decir al Señor, sin ruido de palabras, que nada podrá separarnos de Él, que su disponibilidad —inerme— de quedarse en las apariencias ¡tan frágiles! del pan y del vino, nos ha convertido en esclavos voluntarios: praesta meae menti de te vivere, et te illi semper dulce sapere24, haz que yo viva siempre de ti y que siempre saboree la dulzura de tu amor.

Más peticiones: porque los hombres estamos casi siempre inclinados a pedir: por nuestros hermanos difuntos, por nosotros mismos. Aquí caben también todas nuestras infidelidades, nuestras miserias. La carga es mucha, pero Él quiere llevarla por nosotros y con nosotros. Termina el canon con otra invocación a la Trinidad Santísima: per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso..., por Cristo, con Cristo y en Cristo, Amor nuestro, a Ti, Padre Todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, te sea dado todo honor y gloria por los siglos de los siglos.

Serenos, hijos de Dios

Me sugeriréis, quizá: pero pocos quieren oír esto y, menos aún, ponerlo en práctica. Me consta: la libertad es una planta fuerte y sana, que se aclimata mal entre piedras, entre espinas o en los caminos pisoteados por las gentes45. Ya nos había sido anunciado, aun antes de que Cristo viniese a la tierra.

Recordad el salmo segundo: ¿por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo46. ¿Lo veis? Nada nuevo. Se oponían a Cristo antes de que naciese; se le opusieron, mientras sus pies pacíficos recorrían los senderos de Palestina; lo persiguieron después y ahora, atacando a los miembros de su Cuerpo místico y real. ¿Por qué tanto odio, por qué este cebarse en la cándida simplicidad, por qué este universal aplastamiento de la libertad de cada conciencia?

Rompamos sus ataduras y sacudamos lejos de nosotros su yugo47. Rompen el yugo suave, arrojan de sí su carga, maravillosa carga de santidad y de justicia, de gracia, de amor y de paz. Rabian ante el amor, se ríen de la bondad inerme de un Dios que renuncia al uso de sus legiones de ángeles para defenderse48. Si el Señor admitiera la componenda, si sacrificase a unos pocos inocentes para satisfacer a una mayoría de culpables, aún podrían intentar un entendimiento con Él. Pero no es esta la lógica de Dios. Nuestro Padre es verdaderamente padre, y está dispuesto a perdonar a miles de obradores del mal, con tal que haya sólo diez justos49. Los que se mueven por el odio no pueden entender esta misericordia, y se refuerzan en su aparente impunidad terrena, alimentándose de la injusticia.

El que habita en los cielos se reirá de ellos, se burlará de ellos el Señor. Entonces les hablará en su indignación y les llenará de terror con su ira50. ¡Qué legítima es la ira de Dios y qué justo su furor, qué grande también su clemencia!

Yo he sido por Él constituido Rey sobre Sión, su monte santo, para predicar su Ley. A mí me ha dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy51. La misericordia de Dios Padre nos ha dado como Rey a su Hijo. Cuando amenaza, se enternece; anuncia su ira y nos entrega su amor. Tú eres mi hijo: se dirige a Cristo y se dirige a ti y a mí, si nos decidimos a ser alter Christus, ipse Christus.

Las palabras no pueden seguir al corazón, que se emociona ante la bondad de Dios. Nos dice: tú eres mi hijo. No un extraño, no un siervo benévolamente tratado, no un amigo, que ya sería mucho. ¡Hijo! Nos concede vía libre para que vivamos con Él la piedad del hijo y, me atrevería a afirmar, también la desvergüenza del hijo de un Padre, que es incapaz de negarle nada.

Notas
37

Cfr. Lc XV, 11 y ss.

38

Lc XV, 20.

39

Rom VIII, 15.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
24

Adoro te devote.

Notas
45

Cfr. Lc VIII, 5-7.

46

Ps II, 3.

47

Ps II, 3.

48

Cfr. Ioh XVIII, 36.

49

Cfr. Gen XVIII, 32.

50

Ps II, 4-5.

51

Ps II, 6-7.

Referencias a la Sagrada Escritura