Lista de puntos
En un lugar donde se hablaba y se oía música, surgió la oración en tu alma, con un consuelo inexplicable. Terminaste diciendo: Jesús, no quiero el consuelo, te quiero a Ti.
Nunca compartiré la opinión —aunque la respeto— de los que separan la oración de la vida activa, como si fueran incompatibles.
Los hijos de Dios hemos de ser contemplativos: personas que, en medio del fragor de la muchedumbre, sabemos encontrar el silencio del alma en coloquio permanente con el Señor: y mirarle como se mira a un Padre, como se mira a un Amigo, al que se quiere con locura.
Nuestra condición de hijos de Dios nos llevará —insisto— a tener espíritu contemplativo en medio de todas las actividades humanas —luz, sal y levadura, por la oración, por la mortificación, por la cultura religiosa y profesional—, haciendo realidad este programa: cuanto más dentro del mundo estemos, tanto más hemos de ser de Dios.
Has recibido la llamada de Dios a un camino concreto: meterte en todas las encrucijadas del mundo, estando tú —desde tu labor profesional— metido en Dios.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/book-subject/forja/741/ (05/05/2024)