Lista de puntos

Hay 35 puntos en «Surco» cuya materia es Lucha ascética  → necesidad y objetivos.

Tu fe es demasiado poco operativa: se diría que es de beato, más que de hombre que lucha por ser santo.

Comprendo la alegría sobrenatural y humana de aquél, que tenía la fortuna de ser una avanzadilla en la siembra divina.

“Es estupendo sentirse único, para remover toda una ciudad y sus alrededores”, se repetía muy convencido.

—No esperes a contar con más medios o a que vengan otros: las almas te necesitan hoy, ahora.

Sé atrevido en tu oración, y el Señor te transformará de pesimista en optimista; de tímido en audaz; de apocado de espíritu en hombre de fe, ¡en apóstol!

Los problemas que antes te acogotaban —te parecían altísimas cordilleras— han desaparecido por completo, se han resuelto a lo divino, como cuando el Señor mandó a los vientos y a las aguas que se calmaran.

—¡Y pensar que todavía dudabas!

“¡No ayudéis tanto al Espíritu Santo!”, me decía un amigo, en broma, pero con mucho miedo.

—Contesté: pienso que “le ayudamos” poco.

Cuando veo tantas cobardías, tantas falsas prudencias…, en ellos y en ellas, ardo en deseos de preguntarles: entonces, ¿la fe y la confianza son para predicarlas; no, para practicarlas?

Te encuentras en una actitud que te parece bastante rara: por una parte, achicado, al mirar para adentro; y, por otra, seguro, animado, al mirar para arriba.

—No te preocupes: es señal de que te vas conociendo mejor y, ¡esto sí que importa!, de que le vas conociendo mejor a El.

No tienes excusa ninguna. La culpa es sólo tuya. Si sabes —te conoces lo suficiente— que, por ese sendero —con esas lecturas, con esa compañía,…—, puedes acabar en el precipicio, ¿por qué te obstinas en pensar que quizá es un atajo que facilita tu formación o que madura tu personalidad?

Cambia radicalmente tu plan, aunque te suponga más esfuerzo, menos diversiones al alcance de la mano. Ya es hora de que te comportes como una persona responsable.

Mucho duele al Señor la inconsciencia de tantos y de tantas, que no se esfuerzan en evitar los pecados veniales deliberados. ¡Es lo normal —piensan y se justifican—, porque en esos tropiezos caemos todos!

Oyeme bien: también la mayoría de aquella chusma, que condenó a Cristo y le dio muerte, empezó sólo por gritar —¡como los otros!—, por acudir al Huerto de los Olivos —¡con los demás!—,…

Al final, empujados también por lo que hacían “todos”, no supieron o no quisieron echarse atrás…, ¡y crucificaron a Jesús!

—Ahora, al cabo de veinte siglos, no hemos aprendido.

Como necesariamente, antes o después, has de tropezar con la evidencia de tu propia miseria personal, quiero prevenirte contra algunas tentaciones, que te insinuará entonces el diablo y que has de rechazar enseguida: el pensamiento de que Dios se ha olvidado de ti, de que tu llamada al apostolado es vana, o de que el peso del dolor y de los pecados del mundo son superiores a tus fuerzas de apóstol…

—¡Nada de eso es verdad!

Si luchas de verdad, necesitas hacer examen de conciencia.

Cuida el examen diario: mira si sientes dolor de Amor, porque no tratas a Nuestro Señor como debieras.

Del mismo modo que muchos acuden a la colocación de “primeras piedras”, sin preocuparse de si se acabará después la obra así iniciada, los pecadores se engañan con las “últimas veces”.

Cuando se trata de “cortar”, no lo olvides, la “última vez” ha de ser la anterior, la que ya pasó.

Te aconsejo que intentes alguna vez volver… al comienzo de tu “primera conversión”, cosa que, si no es hacerse como niños, se le parece mucho: en la vida espiritual, hay que dejarse llevar con entera confianza, sin miedos ni dobleces; hay que hablar con absoluta claridad de lo que se tiene en la cabeza y en el alma.

¡Cómo vas a salir de ese estado de tibieza, de lamentable languidez, si no pones los medios! Luchas muy poco y, cuando te esfuerzas, lo haces como por rabieta y con desazón, casi con deseo de que tus débiles esfuerzos no produzcan efecto, para así autojustificarte: para no exigirte y para que no te exijan más.

—Estás cumpliendo tu voluntad; no la de Dios. Mientras no cambies, en serio, ni serás feliz, ni conseguirás la paz que ahora te falta.

—Humíllate delante de Dios, y procura querer de veras.

Qué pérdida de tiempo y qué visión tan humana, cuando todo lo reducen a tácticas, como si ahí estuviera el secreto de la eficacia.

—Se olvidan de que la “táctica” de Dios es la caridad, el Amor sin límites: así colmó El la distancia incolmable que abre el hombre, con el pecado, entre el Cielo y la tierra.

Ten sinceridad “salvaje” en el examen de conciencia; es decir, valentía: la misma con la que te miras en el espejo, para saber dónde te has herido o dónde te has manchado, o dónde están tus defectos, que has de eliminar.

Necesito prevenirte contra una argucia de “satanás” —así, ¡con minúscula!, porque no se merece más—, que intenta servirse de las circunstancias más normales, para desviarnos poco o mucho del camino que nos lleva a Dios.

Si luchas, y más aun si luchas de veras, no debes extrañarte de que sobrevenga el cansancio

o el tiempo de “marchar a contrapelo”, sin ningún consuelo espiritual ni humano. Mira lo que me escribían hace tiempo, y que recogí pensando en algunos que ingenuamente consideran que la gracia prescinde de la naturaleza: “Padre: desde hace unos días estoy con una pereza y una apatía tremendas, para cumplir el plan de vida; todo lo hago a la fuerza y con muy poco espíritu. Ruegue por mí para que pase pronto esta crisis, que me hace sufrir mucho pensando en que puede desviarme del camino”.

—Me limité a contestar: ¿no sabías que el Amor exige sacrificio? Lee despacio las palabras del Maestro “quien no toma su Cruz «cotidie» —cada día, no es digno de Mí”. Y más adelante: “no os dejaré huérfanos…”. El Señor permite esa aridez tuya, que tan dura se te hace, para que le ames más, para que confíes sólo en El, para que con la Cruz corredimas, para que le encuentres.

¡Qué poco listo parece el diablo!, me comentabas. No entiendo su estupidez: siempre los mismos engaños, las mismas falsedades…

—Tienes toda la razón. Pero los hombres somos menos listos, y no aprendemos a escarmentar en cabeza ajena… Y satanás cuenta con todo eso, para tentarnos.

Oí en cierta ocasión que en las grandes batallas se repite un curioso fenómeno. Aunque la victoria esté asegurada de antemano por la superioridad numérica y de medios, luego, en el tráfago del combate, no faltan momentos en los que amenaza la derrota por la debilidad de un sector. Vienen entonces las órdenes tajantes del alto mando, y se cubren las brechas del flanco en dificultad.

—Pensé en ti y en mí. Con Dios, que no pierde batallas, seremos siempre vencedores. Por eso, en la pelea para la santidad, si te notas sin fuerzas, escucha los mandatos, haz caso, déjate ayudar,… porque El no falla.

Abriste sinceramente el corazón a tu Director, hablando en la presencia de Dios…, y fue estupendo comprobar cómo tú solo ibas encontrando respuesta adecuada a tus intentos de evasión.

¡Amemos la dirección espiritual!

A veces te inventas “problemas”, porque no acudes a la raíz de tus modos de comportarte.

—Lo único que necesitas tú es un decidido cambio de frente: cumplir lealmente tu deber y ser fiel a las indicaciones que te han dado en la dirección espiritual.

Has notado con más fuerza la urgencia, la “idea fija” de ser santo; y has acudido a la lucha cotidiana sin vacilaciones, persuadido de que has de cortar valientemente cualquier síntoma de aburguesamiento.

Luego, mientras hablabas con el Señor en tu oración, has comprendido con mayor claridad que lucha es sinónimo de Amor, y le has pedido un Amor más grande, sin miedo al combate que te espera, porque pelearás por El, con El y en El.

«Felix culpa!», canta la Iglesia… Bendito error el tuyo —te repito al oído—, si te ha servido para no recaer; y también para mejor comprender y ayudar al prójimo, que no es de más baja calidad que tú.

¿Es posible —preguntas después de haber rechazado la tentación—, es posible, Señor, que yo sea… ese otro?

Voy a resumirte tu historia clínica: aquí caigo y allá me levanto…: esto último es lo importante. —Pues sigue con esa íntima pelea, aunque vayas a paso de tortuga. ¡Adelante!

—Bien sabes, hijo, hasta dónde puedes llegar, si no luchas: el abismo llama a otros abismos.

Estás avergonzado, delante de Dios y de los demás. Has descubierto en ti roña vieja y renovada: no hay instinto, ni tendencia mala, que no sientas a flor de piel… y tienes la nube de la incertidumbre en el corazón. Además, aparece la tentación cuando menos lo quieres o la esperas, cuando por fatiga afloja tu voluntad.

No sabes ya si te humilla, aunque te duele verte así… Pero que te duela por El, por Amor de El; esta contrición de amor te ayudará a permanecer vigilante, porque la pelea durará mientras vivamos.

¡Qué grandes deseos te consumen de resellar la entrega que hiciste en su momento: saberte y vivir como hijo de Dios!

—Pon en las manos del Señor tus muchas miserias e infidelidades. También, porque es el único modo de aliviar su peso.

Renovación no es relajación.

Días de retiro. Recogimiento para conocer a Dios, para conocerte y así progresar. Un tiempo necesario para descubrir en qué y cómo hay que reformarse: ¿qué he de hacer?, ¿qué debo evitar?

Que no se vuelva a repetir lo del año pasado.

—“¿Qué tal el retiro?”, te preguntaron. Y contestaste: “hemos descansado muy bien”.

Días de silencio y de gracia intensa… Oración cara a cara con Dios…

He roto en acción de gracias, al contemplar a aquellas personas, graves por los años y por la experiencia, que se abren a los toques divinos y responden como niños, ilusionadas ante la posibilidad de convertir aún su vida en algo útil…, que borre todos sus descaminos y todos sus olvidos.

—Recordando aquella escena, te he encarecido: no descuides tu lucha en la vida de piedad.

«Auxilium christianorum!» —Auxilio de los cristianos, reza con seguridad la letanía lauretana. ¿Has probado a repetir esa jaculatoria en tus trances difíciles? Si lo haces con fe, con ternura de hija o de hijo, comprobarás la eficacia de la intercesión de tu Madre Santa María, que te llevará a la victoria.

Lucha contra las asperezas de tu carácter, contra tus egoísmos, contra tu comodidad, contra tus antipatías… Además de que hemos de ser corredentores, el premio que recibirás —piénsalo bien— guardará relación directísima con la siembra que hayas hecho.

Te presentas como un teórico formidable… —Pero ¡no cedes ni en menudencias insignificantes! —¡No creo en ese espíritu tuyo de mortificación!

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura