Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Surco» cuya materia es Veracidad.

No podemos ser sectarios, me decían con aire de ecuanimidad, ante la firmeza de la doctrina de la Iglesia.

Después, cuando les hice ver que quien tiene la Verdad no es sectario, comprendieron su equivocación.

Cuando te lances al apostolado, convéncete de que se trata siempre de hacer feliz, muy feliz, a la gente: la Verdad es inseparable de la auténtica alegría.

De acuerdo, dices la verdad “casi” por entero… Luego no eres veraz.

Te quejas…, y continúo con intransigencia santa: te quejas…, porque esta vez he puesto el dedo en tu llaga.

Has entendido en qué consiste la sinceridad cuando me escribes: “estoy tratando de acostumbrarme a llamar a las cosas por su nombre y, sobre todo, a no buscar apelativos para lo que no existe”.

Piénsalo bien: ser transparente consiste más en no tapar que en querer hacer ver… Se trata de permitir que se distingan los objetos que hay en el fondo de un vaso, y no de esforzarse en volver visible el aire.

Que obremos siempre de tal manera, en la presencia de Dios, que no tengamos que ocultar nada a los hombres.

Hacías tu oración delante de un Crucifijo, y tomaste esta decisión: más vale sufrir por la verdad, que la verdad tenga que sufrir por mí.

¡Muchas veces la verdad es tan inverosímil!… sobre todo, porque siempre exige coherencia de vida.

Si te molesta que te digan la verdad, entonces… ¿para qué preguntas?

—¿Quizá pretendes que te respondan con tu verdad, para justificar tus descaminos?

Aseguras que tienes mucho respeto a la verdad… ¿Por eso te colocas siempre a tan “respetuosa” distancia?

No te portes como un memo: nunca es fanatismo querer cada día conocer mejor, y amar más, y defender con mayor seguridad, la verdad que has de conocer, amar y defender.

En cambio —lo digo sin miedo— caen en el sectarismo los que se oponen a esta lógica conducta, en nombre de una falsa libertad.

Esa propensión tuya —apertura, la llamas— para admitir fácilmente cualquier afirmación, que vaya contra aquella persona, sin oírla, no es precisamente justicia…, ni mucho menos caridad.

La calumnia a veces causa daño a los que la padecen… Pero verdaderamente deshonra a quienes la lanzan y difunden…, y después llevan este peso en el fondo de su alma.

¿Por qué tantos murmuradores?, te preguntas dolorido… —Unos, por error, por fanatismo o por malicia. —Pero, los más, repiten el bulo por inercia, por superficialidad, por ignorancia.

Por eso, vuelvo a insistir: cuando no puedas alabar, y no sea necesario hablar, ¡calla!

Cuando la víctima calumniada padece en silencio, “los verdugos” se ensañan con su valiente cobardía.

Desconfía de esas afirmaciones rotundas, si los que las propugnan no han intentado, o no han querido, hablar con el interesado.

Existen muchos modos de hacer una encuesta. Con un poco de malicia, escuchando las murmuraciones, se recogen diez tomos en cuarto, contra cualquier persona noble o entidad digna. —Y más, si esa persona o entidad trabaja con eficacia. —Y mucho más aún, si esa eficacia es apostólica…

Triste labor la de los organizadores, pero más triste todavía la postura de los que se prestan para altavoces de esas inicuas y superficiales afirmaciones.

Esos —decía con pena— no tienen inteligencia de Cristo, sino careta de Cristo… Por eso carecen de criterio cristiano, no alcanzan la verdad, y no dan fruto.

No podemos olvidar, los hijos de Dios, que el Maestro anunció: “quien a vosotros oye, a Mí me oye…” —Por eso… hemos de tratar de ser Cristo; nunca caricatura de El.

En este caso, como en tantos otros, los hombres se mueven —todos creen tener razón—…, y Dios los guía; es decir, por encima de sus razones particulares, acabará por triunfar la inescrutable y amorosísima Providencia de Dios.

Déjate, pues, “guiar” por el Señor, sin oponerte a sus planes, aunque contradigan tus “fundamentales razones”.

Resulta experiencia penosa observar que algunos, menos preocupados de aprender, de tomar posesión de los tesoros adquiridos por la ciencia, se dedican a construirla a su gusto, con procedimientos más o menos arbitrarios.

Pero esa comprobación te ha de llevar a redoblar tu empeño por profundizar en la verdad.

Más cómodo que investigar es escribir contra los que investigan, o contra los que aportan nuevos descubrimientos a la ciencia y a la técnica. —Pero no hemos de tolerar que, además, esos “críticos” pretendan erigirse en señores absolutos del saber y de la opinión de los ignorantes.

“No está claro, no está claro”, oponía ante la afirmación segura de los demás… Y la que estaba clara era su ignorancia.

Te molesta herir, crear divisiones, demostrar intolerancias…, y vas transigiendo en posturas y puntos —¡no son graves, me aseguras!—, que traen consecuencias nefastas para tantos.

Perdona mi sinceridad: con ese modo de actuar, caes en la intolerancia —que tanto te molesta— más necia y perjudicial: la de impedir que la verdad sea proclamada.

Dios, por su justicia y por su misericordia —infinitas y perfectas—, trata con el mismo amor, y de modo desigual, a los hijos desiguales.

Por eso, igualdad no significa medir a todos con el mismo rasero.

Referencias a la Sagrada Escritura