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«Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor»1. Hijas e hijos míos, en esta fiesta de la Navidad de nuevo nos hemos puesto delante de Jesús Niño, animados por María, Madre suya y Madre nuestra, y en compañía del glorioso San José, a quien tanto quiero. Si consideramos los siglos que han pasado desde que Él quiso tomar nuestra carne, hemos de llenarnos de vergüenza porque son muchos los que no conocen todavía a Cristo y aun desprecian sus mandatos. Y esto no sólo en tierras lejanas, sino en las pocas naciones que se llaman cristianas, y en la misma Iglesia de Cristo, católica, romana.

Pero no es la Navidad un día de tristeza. «No tenéis que temer», dijo el Ángel a los pastores, «pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo»2. Estas maravillosas fiestas del Señor y de nuestra Madre Santa María, siempre Virgen, constituyen para nosotros una alegría muy grande. Deberían serlo también para todos los cristianos, pero ahora, por desgracia, en muchos lugares parecen unas fiestas paganas. Es el resultado de una propaganda masiva para descristianizar la sociedad. Hemos de fomentar, hijos, la paciencia, para no perder la paz; y, a la vez, la impaciencia de pedir al Señor que ponga remedio a todos estos males. Por eso comenzaremos y acabaremos nuestra oración como siempre: con más serenidad, con más optimismo, con una sonrisa nueva en los labios, con una alegría renovada en el corazón y con un propósito firme de ser cada día más santos.

Notas
1

Lc 2,11.

2

Lc 2,10.

Referencias a la Sagrada Escritura
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