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Sabemos muy bien lo que nos dice hoy San Pablo: «Fratres: scientes quia hora est iam nos de somno surgere»11. ¡Ya es hora de trabajar! De trabajar por dentro, en la edificación de nuestra alma; por fuera, en la edificación del Reino de Dios. Y otra vez viene a nuestros labios la contrición: Señor, te pido perdón por mi vida mala, por mi vida tibia; te pido perdón por mi trabajo mal hecho; te pido perdón porque no te he sabido amar, y por eso no he sabido estar pendiente de Ti. Una mirada despectiva de un hijo a su madre, le causa un dolor inmenso; si es a una persona extraña, no importa demasiado. Yo soy tu hijo: mea culpa, mea culpa!…

«Sabed que ya es hora de despertar del sueño…». ¿Con qué sentido sobrenatural se ven las cosas? Ese sentido que no se nota por fuera, pero que se manifiesta en las acciones, incluso a veces por la mirada. Eres tú quien debe mirar muy dentro. ¿No es verdad que un poco de sueño ha habido en tu vida? ¿Un poco de facilonería? Piensa cómo nos facilitamos el cumplir sin demasiado amor. ¡Cumplir!

«Nox præcessit, dies autem appropinquavit: abiiciamus ergo opera tenebrarum, et induamur arma lucis»12; desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos de las armas de la luz. ¡Tiene mucha fuerza el Apóstol! «Sicut in die honeste ambulemus»13. Hemos de andar por la vida como apóstoles, con luz de Dios, con sal de Dios. Con naturalidad, pero con tal vida interior, con tal espíritu del Opus Dei, que alumbremos, que evitemos la corrupción que hay alrededor, que llevemos como fruto la serenidad y la alegría. Y en medio de las lágrimas –porque a veces se llora, pero no importa–, la alegría y la paz, el gaudium cum pace.

Sal, fuego, luz; por las almas, por la tuya y por la mía. Un acto de amor, de contrición. Mea culpa… Yo pude, yo debía haber sido instrumento… Te doy gracias, Dios mío, porque, a pesar de todo, me has dado una gran fe, y la gracia de la vocación, y la gracia de la perseverancia. Por eso en la Santa Misa nos hace decir la Iglesia: «Dominus dabit benignitatem, et terra nostra dabit fructum suum»14. Esa bendición de Dios es el origen de todo buen fruto, de aquel clima necesario para que en nuestra vida podamos hacernos santos y cultivar santos, hijos suyos.

«Dominus dabit benignitatem…». Fruto espera el Señor nuestro. Si no lo damos, se lo quitamos. Pero no un fruto raquítico, desmedrado, porque no hayamos sabido darnos. El Señor da el agua, la lluvia, el sol, esa tierra… Pero espera la siembra, el trasplante, la podadura; espera que reservemos los frutos con amor, evitando si es preciso que vengan los pájaros del cielo a comérselos.

Vamos a terminar, acudiendo a Nuestra Madre, para que nos ayude a cumplir esos propósitos que hemos hecho.

Notas
11

Ep. (Rm 13,11).

12

Ep. (Rm 13,12).

13

Ep. (Rm 13,13).

14

Ant. ad Comm. (Sal 85[84],13).

Referencias a la Sagrada Escritura
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