20

Estas gentes, de que habla el Evangelio, le seguían porque habían visto milagros: las curaciones que hacía Jesús. Vosotros y yo, ¿por qué? Cada uno de nosotros ha de plantearse esta pregunta y ha de buscar una respuesta sincera. Y una vez que te hayas interrogado y respondido, en la presencia del Señor, llénate de hacimiento de gracias porque estar con Cristo es estar seguro. Poderse mirar en Cristo es poder ser cada día mejor. Tratar a Cristo es necesariamente amar a Cristo. Y amar a Cristo es asegurarse la felicidad: la felicidad eterna, el amor más pleno, con la visión beatífica de la Trinidad Santísima.

He dicho antes, hijos, que no os daría la meditación, sino puntos para vuestra oración personal. Medita por tu cuenta, hijo mío. ¿Por qué estás con Cristo en el Opus Dei? ¿Desde cuándo sentiste la atracción de Jesucristo? ¿Por qué? ¿Cómo has sabido corresponder desde el principio hasta ahora? ¿Cómo el Señor con su cariño te ha traído a la Obra, para que estés muy cerca de Él, para que tengas intimidad con Él?

Y tú ¿cómo has correspondido? ¿Qué pones de tu parte para que esa intimidad con Cristo no se pierda y para que no la pierdan tus hermanos? ¿En qué piensas desde que tienes todos esos compromisos? ¿En ti o en la gloria de Dios? ¿En ti o en los demás? ¿En ti, en tus cosas, en tus pequeñeces, en tus miserias, en tus detalles de soberbia, en tus cosas de sensualidad? ¿En qué piensas habitualmente? Medítalo, y luego deja que el corazón actúe en la voluntad y en el entendimiento.

A ver si lo que el Señor ha hecho contigo, hijo mío, no ha sido mucho más que curar enfermos. A ver si no ha dado vista a nuestros ojos, que estaban ciegos para contemplar sus maravillas; a ver si no ha dado vigor a nuestros miembros, que no eran capaces de moverse con sentido sobrenatural; a ver si quizá no nos ha resucitado como a Lázaro, porque estábamos muertos a la vida de Dios. ¿No es para gritar: «Lætare, Ierusalem?»2. ¿No es para que yo os diga: «Gaudete cum lætitia, qui in tristitia fuistis»3; alegraos los que habéis estado tristes?

Hemos de agradecer al Señor, en este primer punto, el premio inmerecido de la vocación. Y le prometemos que la vamos a estimar cada día más, custodiándola como la joya más preciosaque nos haya podido regalar nuestro Padre Dios. Al mismo tiempo, entendemos una vez más que, mientras estamos desempeñando este mandato de gobierno que la Obra nos ha confiado, nuestro afán ha de ser especialmente buscar la santidad para santificar a los demás: vosotros, a vuestros hermanos; yo, a mis hijos. Porque «no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santidad»4.

Notas
2

Ant. ad Intr. (Is 66,10).

3

Ibid.

4

1 Ts 4,7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Este punto en otro idioma