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Vamos a terminar. Llegó el 14 de febrero de 1943. No había manera de encontrar la solución jurídica adecuada para nuestros sacerdotes. Mientras, arreciaba la persecución –no hay otra palabra en el diccionario para expresar lo que ocurría–, en la que ya no era el cacharro de la basura, sino la escupidera de todo el mundo. Cualquiera se sentía con derecho a escupir sobre este pobre hombre; y es verdad que tenían derecho y lo siguen teniendo, pero lo ejercitaban los que se llamaban buenos y los que no lo eran tanto.

Vuestros hermanos eran unos santos todos; pero yo elegí para el sacerdocio a tres que económicamente ayudaban mucho… Y otra vez en la Misa, el Señor me hizo ver la solución, con otra prueba tangible: lo que llamamos el sello, y el nombre de Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. No se enteró nadie, excepto Álvaro, a quien se lo conté enseguida, y dibujé el sello.

Hijos míos, ¿qué os quiero decir? Que demos gracias a Dios Nuestro Señor, que lo ha hecho todo muy bien, porque yo no he sido nunca el instrumento apropiado. Pedid al Señor conmigo que a todos, por los méritos e intercesión de su Madre, que es la Madre nuestra, nos haga instrumentos buenos y fieles.

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