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A los de Galacia, San Pablo les dice una cosa muy hermosa a propósito de la filiación divina: «Misit Deus Filium suum…, ut adoptionem filiorum reciperemus»2. Envió Dios a su Hijo Jesús, y le hizo tomar la forma de nuestra carne, para que recibiésemos la filiación suya. Mirad, hijos míos, mirad qué agradecimiento debemos rendir a ese Hermano nuestro, que nos hizo hijos del Padre. ¿Habéis visto a esos hermanitos vuestros, a esas pequeñas criaturas, hijas de vuestros parientes, que necesitan de todo y de todos? Así es el Niño Jesús. Es bueno considerarle así, inerme. Siendo el todopoderoso, siendo Dios, se ha hecho Niño desvalido, desamparado, necesitado de nuestro amor.

Pero en aquella fría soledad, con su Madre y San José, lo que Jesús quiere, lo que le dará calor, es nuestro corazón. Por lo tanto ¡arranca del corazón todo lo que estorbe! Tú y yo, hijo mío, vamos a ver todo aquello que estorba en nuestro corazón… ¡Fuera! Pero de verdad. Lo repite San Juan en el capítulo primero: «Quotquot autem receperunt eum dedit eis potestatem filios Dei fieri»3. Nos ha dado la potestad de ser hijos de Dios. Ha querido Dios que seamos hijos suyos. No me invento nada, cuando os digo que es parte esencial de nuestro espíritu la filiación divina: todo está en las Santas Escrituras. Es verdad que, en una fecha de la historia interna de la Obra, hay un momento preciso en el que Dios quiso que nos sintiéramos sus hijos, que al espíritu del Opus Dei incorporásemos ese espíritu de filiación divina. Lo sabréis a su hora. Dios ha querido que, por primera vez en la historia de la Iglesia, fuera el Opus Dei el que corporativamente viviese esta filiación.

Hagamos, por tanto, una oración de hijos y una oración continua. «Oro coram te, hodie, nocte et die»4; oro delante de ti noche y día. ¿No me lo habéis oído decir tantas veces: que somos contemplativos, de noche y de día, incluso durmiendo; que el sueño forma parte de la oración? Lo dijo el Señor: «Oportet semper orare, et non deficere»5. Hemos de orar siempre, siempre. Hemos de sentir la necesidad de acudir a Dios, después de cada éxito y de cada fracaso en la vida interior. Especialmente en estos casos, volvamos con humildad, a decir al Señor: ¡a pesar de todo, soy hijo tuyo! Hagamos el papel del hijo pródigo.

Como dice en otra parte la Escritura: orando siempre, no con largas oraciones vocales6, sino con oración mental sin ruido de palabras, sin gesto externo. ¿Dónde oramos? «In angulis platearum…»7. Cuando andamos por medio de las calles y de las plazas, debemos estar orando constantemente. Este es el espíritu de la Obra.

Notas
2

Ga 4,4-5.

3

Jn 1,12.

4

Ne 1,6.

5

Lc 18,1.

6

Cfr. Mt 6,7.

7

Mt 6,5.

Referencias a la Sagrada Escritura
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