Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Entrega.

Quizá alguno de vosotros piense que me estoy refiriendo exclusivamente a un sector de personas selectas. No os engañéis tan fácilmente, movidos por la cobardía o por la comodidad. Sentid, en cambio, la urgencia divina de ser cada uno otro Cristo, ipse Christus, el mismo Cristo; en pocas palabras, la urgencia de que nuestra conducta discurra coherente con las normas de la fe, pues no es la nuestra –ésa que hemos de pretender– una santidad de segunda categoría, que no existe. Y el principal requisito que se nos pide –bien conforme a nuestra naturaleza–, consiste en amar: la caridad es el vínculo de la perfección10; caridad, que debemos practicar de acuerdo con los mandatos explícitos que el mismo Señor establece: amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente11, sin reservarnos nada. En esto consiste la santidad.

¡Qué pena vivir, practicando como ocupación la de matar el tiempo, que es un tesoro de Dios! No caben las excusas, para justificar esa actuación. «Ninguno diga: dispongo solo de un talento, no puedo lograr nada. También con un solo talento puedes obrar de modo meritorio»20. ¡Qué tristeza no sacar partido, auténtico rendimiento de todas las facultades, pocas o muchas, que Dios concede al hombre para que se dedique a servir a las almas y a la sociedad!

Cuando el cristiano mata su tiempo en la tierra, se coloca en peligro de matar su Cielo: cuando por egoísmo se retrae, se esconde, se despreocupa. El que ama a Dios, no solo entrega lo que tiene, lo que es, al servicio de Cristo: se da él mismo. No ve –con mirada rastrera– su yo en la salud, en el nombre, en la carrera.

Estamos enumerando con rapidez algunas virtudes humanas. Sé que, en vuestra oración al Señor, aflorarán otras muchas. Yo quisiera detenerme ahora unos instantes en una cualidad maravillosa: la magnanimidad.

Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios.

Notas
10

Col III, 14.

11

Mt XXII, 37.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
20

S. Juan Crisóstomo, In Matthaeum homiliae, 78, 3 (PG 58, 714).