Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Hipocresía → fustigada en el Evangelio.

La prudencia, virtud necesaria

En el pasaje del Evangelio de San Mateo, que trae la Misa de hoy, leemos: tunc abeuntes pharisaei, consilium inierunt ut caperent eum in sermone3; se reunieron los fariseos, con el fin de tratar entre ellos cómo podían sorprender a Jesús en lo que hablase. No olvidéis que ese sistema de los hipócritas es una táctica corriente también en estos tiempos; pienso que la mala hierba de los fariseos no se extinguirá jamás en el mundo: siempre ha tenido una fecundidad prodigiosa. Quizá el Señor tolera que crezca, para hacernos prudentes a nosotros, sus hijos; porque la virtud de la prudencia resulta imprescindible a cualquiera que se halle en situación de dar criterio, de fortalecer, de corregir, de encender, de alentar. Y precisamente así, como apóstol, tomando ocasión de las circunstancias de su quehacer ordinario, ha de actuar un cristiano con los que le rodean.

Alzo en este momento mi corazón a Dios y pido, por mediación de la Virgen Santísima –que está en la Iglesia, pero sobre la Iglesia: entre Cristo y la Iglesia, para proteger, para reinar, para ser Madre de los hombres, como lo es de Jesús Señor Nuestro–; pido que nos conceda esa prudencia a todos, y especialmente a los que, metidos en el torrente circulatorio de la sociedad, deseamos trabajar por Dios: verdaderamente nos conviene aprender a ser prudentes.

Continúa la escena evangélica: y enviaron discípulos suyos –de los fariseos– con algunos herodianos que le dijeron: Maestro4. Mirad con qué retorcimiento le llaman Maestro; se fingen admiradores y amigos, le dispensan un tratamiento que se reserva a la autoridad de la que se espera recibir una enseñanza. Magister, scimus quia verax es5, sabemos que eres veraz..., ¡qué astucia tan infame! ¿Habéis visto doblez mayor? Andad por este mundo con cuidado. No seáis cautelosos, desconfiados; sin embargo, debéis sentir sobre vuestros hombros –recordando aquella imagen del Buen Pastor que aparece en las catacumbas– el peso de esa oveja, que no es un alma sola, sino la Iglesia entera, la humanidad entera.

Al aceptar con garbo esta responsabilidad, seréis audaces y seréis prudentes para defender y proclamar los derechos de Dios. Y entonces, por la entereza de vuestro comportamiento, muchos os considerarán y os llamarán maestros, sin pretenderlo vosotros: que no buscamos la gloria terrena. Pero no os extrañéis si, entre tantos que se os acerquen, se insinúan esos que únicamente pretenden adularos. Grabad en vuestras almas lo que me habéis oído repetidas veces: ni las calumnias, ni las murmuraciones, ni los respetos humanos, ni el qué dirán, y mucho menos las alabanzas hipócritas, han de impedirnos jamás cumplir nuestro deber.

Sigamos el relato de San Mateo: sabemos que eres veraz, y enseñas el camino de Dios conforme a la pura verdad9. Nunca acabo de sorprenderme ante este cinismo. Se mueven con la intención de retorcer las palabras de Jesús Señor Nuestro, de cogerle en algún descuido y, en lugar de exponer llanamente lo que ellos consideraban como un nudo insoluble, intentan aturdir al Maestro con alabanzas que solo deberían salir de labios adictos, de corazones rectos. Me paro de intento en estos matices, para que aprendamos a no ser recelosos, pero sí prudentes; para que no aceptemos el fraude del fingimiento, aunque aparezca revestido de frases o de gestos que en sí mismos responden a la realidad, como sucede en el pasaje que estamos contemplando: Tú no haces distinción, le dicen; Tú has venido para todos los hombres; a Ti, nada te detiene para proclamar la verdad y enseñar el bien10.

Repito: prudentes, sí; cautelosos, no. Conceded la más absoluta confianza a todos, sed muy nobles. Para mí, vale más la palabra de un cristiano, de un hombre leal –me fío enteramente de cada uno–, que la firma auténtica de cien notarios unánimes, aunque quizá en alguna ocasión me hayan engañado por seguir este criterio. Prefiero exponerme a que un desaprensivo abuse de esa confianza, antes de despojar a nadie del crédito que merece como persona y como hijo de Dios. Os aseguro que nunca me han defraudado los resultados de este modo de proceder.

Notas
3

Mt XXII, 15.

Notas
4

Mt XXII, 16.

5

Ibidem.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
9

Ibidem.

10

Cfr. Mt XXII, 16.

Referencias a la Sagrada Escritura