Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Hipocresía.

¿Qué importa tropezar, si en el dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad y con santa tozudez. Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día10, tú y yo –pobres criaturas– no debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque continuaremos hacia adelante, si buscamos la fortaleza en Aquel que nos ha prometido: venid a mí todos los que andáis agobiados con trabajos y cargas, que yo os aliviaré11. Gracias, Señor, quia tu es, Deus, fortitudo mea12, porque has sido siempre Tú, y solo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo.

Si de veras deseas progresar en la vida interior, sé humilde. Acude con constancia, confiadamente, a la ayuda del Señor y de su Madre bendita, que es también Madre tuya. Con serenidad, tranquilo, por mucho que duela la herida aún no restañada de tu último resbalón, abraza de nuevo la cruz y di: Señor, con tu auxilio, lucharé para no detenerme, responderé fielmente a tus invitaciones, sin temor a las cuestas empinadas, ni a la aparente monotonía del trabajo habitual, ni a los cardos y guijos del camino. Me consta que me asiste tu misericordia, y que al final hallaré la felicidad eterna, la alegría y el amor por los siglos infinitos.

Luego, durante el mismo sueño, descubría aquel escritor un tercer itinerario: estrecho, tapizado también de asperezas y de pendientes duras como el segundo. Por allí avanzaban algunos en medio de mil penalidades, con ademán solemne y majestuoso. Sin embargo, acababan en el mismo precipicio horrible al que conducía el primer sendero. Es el camino que recorren los hipócritas, los que carecen de rectitud de intención, los que se mueven por un falso celo, los que pervierten las obras divinas al mezclarlas con egoísmos temporales. «Es una necedad abordar una empresa costosa con el fin de ser admirado; guardar los mandamientos de Dios a base de un arduo esfuerzo, pero aspirar a una recompensa terrena. El que con el ejercicio de las virtudes pretende beneficios humanos, es como el que malvendiera un objeto precioso por pocas monedas: podía conquistar el Cielo, y en cambio se contenta con una alabanza efímera... Por eso se dice que las esperanzas de los hipócritas son como la tela de araña: tanto esfuerzo para tejerla, y al final se la lleva de un soplo el viento de la muerte»13.

Como el latir del corazón

Mientras yo hablo, sé que vosotros, en la presencia de Dios, procuráis ir revisando vuestro comportamiento. ¿No es verdad que la mayoría de esas desazones que han inquietado tu alma, de esas faltas de paz, obedecen a que no has correspondido a las invitaciones divinas; o bien, a que estabas quizá recorriendo la senda de los hipócritas, porque te buscabas a ti mismo? Con el triste intento de mantener ante los que te rodean la mera apariencia de una actitud cristiana, en tu interior te negabas a aceptar la renuncia, a mortificar tus pasiones torcidas, a darte sin condiciones, abnegadamente, como Jesucristo.

Mirad, en estos ratos de meditación ante el Sagrario, no os podéis limitar a escuchar las palabras que pronuncia el sacerdote como materializando la oración íntima de cada uno. Yo te presento unas consideraciones, te señalo unos puntos, para que tú los recojas activamente, y reflexiones por tu cuenta, convirtiéndolos en tema de un coloquio personalísimo y silencioso entre Dios y tú, de manera que los apliques a tu situación actual y, con las luces que el Señor te brinda, distingas en tu conducta lo que va derechamente de lo que discurre por mal camino, para rectificar con su gracia.

Agradece al Señor ese cúmulo de buenas obras que has realizado, desinteresadamente, porque puedes cantar con el salmista: Él me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos16. Pídele también perdón por tus omisiones o por tus pisadas en falso, cuando te has introducido en ese lamentable laberinto de la hipocresía, al afirmar que deseabas la gloria de Dios y el bien de tu prójimo, pero en verdad te honrabas a ti mismo... Sé audaz, sé generoso, y di que no: que ya no quieres defraudar más al Señor y a la humanidad.

Vuelve de nuevo la mirada sobre tu vida, y pide perdón por ese detalle y por aquel otro que saltan enseguida a los ojos de tu conciencia; por el mal uso que haces de la lengua; por esos pensamientos que giran continuamente alrededor de ti mismo; por ese juicio crítico consentido que te preocupa tontamente, causándote una perenne inquietud y zozobra... ¡Que podéis ser muy felices! ¡Que el Señor nos quiere contentos, borrachos de alegría, marchando por los mismos caminos de ventura que Él recorrió! Solo nos sentimos desgraciados cuando nos empeñamos en descaminarnos, y nos metemos por esa senda del egoísmo y de la sensualidad; y mucho peor aún si embocamos la de los hipócritas.

El cristiano ha de manifestarse auténtico, veraz, sincero en todas sus obras. Su conducta debe transparentar un espíritu: el de Cristo. Si alguno tiene en este mundo la obligación de mostrarse consecuente, es el cristiano, porque ha recibido en depósito, para hacer fructificar ese don25, la verdad que libera, que salva26. Padre, me preguntaréis, y ¿cómo lograré esa sinceridad de vida? Jesucristo ha entregado a su Iglesia todos los medios necesarios: nos ha enseñado a rezar, a tratar con su Padre Celestial; nos ha enviado su Espíritu, el Gran Desconocido, que actúa en nuestra alma; y nos ha dejado esos signos visibles de la gracia que son los Sacramentos. Úsalos. Intensifica tu vida de piedad. Haz oración todos los días. Y no apartes nunca tus hombros de la carga gustosa de la Cruz del Señor.

Ha sido Jesús quien te ha invitado a seguirle como buen discípulo, con el fin de que realices tu travesía por la tierra sembrando la paz y el gozo que el mundo no puede dar. Para eso –insisto–, hemos de andar sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, sin rehuir a toda costa el dolor, que para un cristiano es siempre medio de purificación y ocasión de amar de veras a sus hermanos, aprovechando las mil circunstancias de la vida ordinaria.

Se ha pasado el tiempo. Tengo que poner punto final a estas consideraciones, con las que he intentado remover tu alma, para que tú respondieses concretando algunos propósitos, pocos, pero bien determinados. Piensa que Dios te quiere contento y que, si tú pones de tu parte lo que puedes, serás feliz, muy feliz, felicísimo, aunque en ningún momento te falte la Cruz. Pero esa Cruz ya no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo.

Cómo hacer oración

¿Cómo hacer oración? Me atrevo a asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchas, infinitas maneras de orar, podría decir. Pero yo quisiera para todos nosotros la auténtica oración de los hijos de Dios, no la palabrería de los hipócritas, que han de escuchar de Jesús: no todo el que repite: ¡Señor!, ¡Señor!, entrará en el reino de los cielos16. Los que se mueven por la hipocresía, pueden quizá lograr «el ruido de la oración –escribía San Agustín–, pero no su voz, porque allí falta la vida»17, y está ausente el afán de cumplir la Voluntad del Padre. Que nuestro clamar ¡Señor! vaya unido al deseo eficaz de convertir en realidad esas mociones interiores, que el Espíritu Santo despierta en nuestra alma.

Hemos de esforzarnos, para que de nuestra parte no quede ni sombra de doblez. El primer requisito para desterrar ese mal que el Señor condena duramente, es procurar conducirse con la disposición clara, habitual y actual, de aversión al pecado. Reciamente, con sinceridad, hemos de sentir –en el corazón y en la cabeza– horror al pecado grave. Y también ha de ser nuestra la actitud, hondamente arraigada, de abominar del pecado venial deliberado, de esas claudicaciones que no nos privan de la gracia divina, pero debilitan los cauces por los que nos llega.

Notas
10

Cfr. Prv XXIV, 16.

11

Mt XI, 28.

12

Ps XLII, 2.

13

S. Gregorio Magno, Moralia, 2, 8, 43-44 (PL 75, 844–845).

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
16

Ps XXXIX, 3.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
25

Cfr. Lc XIX, 13.

26

Cfr. Ioh VIII, 32.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
16

Mt VII, 21.

17

S. Agustín, Enarrationes in Psalmos, 139, 10 (PL 37, 1809).

Referencias a la Sagrada Escritura