Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Servicio → aceptación gozosa de la Cruz.

Si vivimos así, realizaremos en el mundo una tarea de paz; sabremos hacer amable a los demás el servicio al Señor, porque Dios ama al que da con alegría28. El cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios.

Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes que ninguna persona debería dejar de cultivar. Nadie puede ganar al cristiano en humanidad. Por eso el que sigue a Cristo es capaz –no por mérito propio, sino por gracia del Señor– de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa solo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo.

Acudamos a María, Madre nuestra, la criatura más excelente que ha salido de las manos de Dios. Pidámosle que nos haga hombres de bien y que esas virtudes humanas, engarzadas en la vida de la gracia, se conviertan en la mejor ayuda para los que, con nosotros, trabajan en el mundo por la paz y la felicidad de todos.

Con la mirada en la meta

Si os recuerdo estas verdades recias, es para invitaros a que examinéis atentamente los móviles que impulsan vuestra conducta, con el fin de rectificar lo que necesite rectificación, enderezando todo al servicio de Dios y de vuestros hermanos los hombres. Mirad que el Señor ha pasado a nuestro lado, nos ha mirado con cariño y nos ha llamado con su vocación santa, no por obras nuestras, sino por su beneplácito y por la gracia que nos ha sido otorgada en Jesucristo antes de todos los siglos14.

Purificad la intención, ocupaos de todas las cosas por amor a Dios, abrazando con gozo la cruz de cada día. Lo he repetido miles de veces, porque pienso que estas ideas deben estar esculpidas en el corazón de los cristianos: cuando no nos limitamos a tolerar y, en cambio, amamos la contradicción, el dolor físico o moral, y lo ofrecemos a Dios en desagravio por nuestros pecados personales y por los pecados de todos los hombres, entonces os aseguro que esa pena no apesadumbra.

No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso. Nosotros colaboramos como Simón de Cirene que, cuando regresaba de trabajar en su granja pensando en un merecido reposo, se vio forzado a poner sus hombros para ayudar a Jesús15. Ser voluntariamente Cireneo de Cristo, acompañar tan de cerca a su Humanidad doliente, reducida a un guiñapo, para un alma enamorada no significa una desventura, trae la certeza de la proximidad de Dios, que nos bendice con esa elección.

Con mucha frecuencia, no pocas personas me han comentado con asombro la alegría que, gracias a Dios, tienen y contagian mis hijos en el Opus Dei. Ante la evidencia de esta realidad, respondo siempre con la misma explicación, porque no conozco otra: el fundamento de su felicidad consiste en no tener miedo a la vida ni a la muerte, en no acogotarse ante la tribulación, en el esfuerzo cotidiano de vivir con espíritu de sacrificio, constantemente dispuestos –a pesar de la personal miseria y debilidad– a negarse a sí mismos, con tal de hacer el camino cristiano más llevadero y amable a los demás.

Como el latir del corazón

Mientras yo hablo, sé que vosotros, en la presencia de Dios, procuráis ir revisando vuestro comportamiento. ¿No es verdad que la mayoría de esas desazones que han inquietado tu alma, de esas faltas de paz, obedecen a que no has correspondido a las invitaciones divinas; o bien, a que estabas quizá recorriendo la senda de los hipócritas, porque te buscabas a ti mismo? Con el triste intento de mantener ante los que te rodean la mera apariencia de una actitud cristiana, en tu interior te negabas a aceptar la renuncia, a mortificar tus pasiones torcidas, a darte sin condiciones, abnegadamente, como Jesucristo.

Mirad, en estos ratos de meditación ante el Sagrario, no os podéis limitar a escuchar las palabras que pronuncia el sacerdote como materializando la oración íntima de cada uno. Yo te presento unas consideraciones, te señalo unos puntos, para que tú los recojas activamente, y reflexiones por tu cuenta, convirtiéndolos en tema de un coloquio personalísimo y silencioso entre Dios y tú, de manera que los apliques a tu situación actual y, con las luces que el Señor te brinda, distingas en tu conducta lo que va derechamente de lo que discurre por mal camino, para rectificar con su gracia.

Agradece al Señor ese cúmulo de buenas obras que has realizado, desinteresadamente, porque puedes cantar con el salmista: Él me sacó de una horrible hoya, de fangosa charca. Y afirmó mis pies sobre roca y afianzó mis pasos16. Pídele también perdón por tus omisiones o por tus pisadas en falso, cuando te has introducido en ese lamentable laberinto de la hipocresía, al afirmar que deseabas la gloria de Dios y el bien de tu prójimo, pero en verdad te honrabas a ti mismo... Sé audaz, sé generoso, y di que no: que ya no quieres defraudar más al Señor y a la humanidad.

Notas
28

2 Cor IX, 7.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

2 Tim 1, 9.

15

Cfr. Mc XV, 21.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
16

Ps XXXIX, 3.

Referencias a la Sagrada Escritura