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Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Apostolado → apostolado en la vida ordinaria .

Apostolado en la vida ordinaria

Veamos ahora aquella otra pesca, después de la Pasión y Muerte de Jesucristo. Pedro ha negado tres veces al Maestro, y ha llorado con humilde dolor; el gallo con su canto le recordó las advertencias del Señor, y pidió perdón desde el fondo de su alma. Mientras espera, contrito, en la promesa de la Resurrección, ejercita su oficio, y va a pescar. «A propósito de esta pesca, se nos pregunta con frecuencia por qué Pedro y los hijos de Zebedeo volvieron a la ocupación que tenían antes de que el Señor los llamase. Eran, en efecto, pescadores cuando Jesús les dijo: seguidme, y os haré pescadores de hombres. A los que se sorprenden de esta conducta, se debe responder que no estaba prohibido a los Apóstoles ejercer su profesión, tratándose de cosa legitima y honesta»24.

El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo, que nos espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después.

¿Qué cambia entonces? Cambia que en el alma –porque en ella ha entrado Cristo, como subió a la barca de Pedro– se presentan horizontes más amplios, más ambición de servicio, y un deseo irreprimible de anunciar a todas las criaturas las magnalia Dei25, las cosas maravillosas que hace el Señor, si le dejamos hacer. No puedo silenciar que el trabajo –por decirlo así– profesional de los sacerdotes es un ministerio divino y público, que abraza exigentemente toda la actividad hasta tal punto que, en general, si a un sacerdote le sobra tiempo para otra labor que no sea propiamente sacerdotal, puede estar seguro de que no cumple el deber de su ministerio.

Hallábanse juntos Simón Pedro, y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael, que era de Caná de Galilea, y los hijos del Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Díceles Simón Pedro: voy a pescar. Ellos respondieron: vamos también nosotros contigo. Fueron, pues, y entraron en la barca; y aquella noche no cogieron nada. Venida la mañana, se apareció Jesús en la ribera26.

Pasa al lado de sus Apóstoles, junto a esas almas que se han entregado a Él: y ellos no se dan cuenta. ¡Cuántas veces está Cristo, no cerca de nosotros, sino en nosotros; y vivimos una vida tan humana! Cristo está vecino, y no se lleva una mirada de cariño, una palabra de amor, una obra de celo de sus hijos.

Los discípulos –escribe San Juan– no conocieron que fuese Él. Y Jesús les preguntó: muchachos, ¿tenéis algo que comer?27. Esta escena familiar de Cristo, a mí, me hace gozar. ¡Que diga esto Jesucristo, Dios! ¡Él, que ya tiene cuerpo glorioso! Echad la red a la derecha y encontraréis. Echaron la red, y ya no podían sacarla por la multitud de peces que había28. Ahora entienden. Vuelve a la cabeza de aquellos discípulos lo que, en tantas ocasiones, han escuchado de los labios del Maestro: pescadores de hombres, apóstoles. Y comprenden que todo es posible, porque Él es quien dirige la pesca.

Entonces, el discípulo aquel que Jesús amaba se dirige a Pedro: es el Señor29. El amor, el amor lo ve de lejos. El amor es el primero que capta esas delicadezas. Aquel Apóstol adolescente, con el firme cariño que siente hacia Jesús, porque quería a Cristo con toda la pureza y toda la ternura de un corazón que no ha estado corrompido nunca, exclamó: ¡es el Señor!

Simón Pedro apenas oyó es el Señor, vistióse la túnica y se echó al mar30. Pedro es la fe. Y se lanza al mar, lleno de una audacia de maravilla. Con el amor de Juan y la fe de Pedro, ¿hasta dónde llegaremos nosotros?

Además: ¿quién ha dispuesto que para hablar de Cristo, para difundir su doctrina, sea preciso hacer cosas raras, extrañas? Vive tu vida ordinaria; trabaja donde estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los demás y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con una conversación natural, sencilla –a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en el autobús, en un paseo, en cualquier parte– charlaréis de inquietudes que están en el alma de todos, aunque a veces algunos no quieran darse cuenta: las irán entendiendo más, cuando comiencen a buscar de verdad a Dios.

Pídele a María, Regina apostolorum, que te decidas a ser partícipe de esos deseos de siembra y de pesca, que laten en el Corazón de su Hijo. Te aseguro que, si empiezas, verás, como los pescadores de Galilea, repleta la barca. Y a Cristo en la orilla, que te espera. Porque la pesca es suya.

Notas
24

S. Agustín, In Ioannis Evangelium tractatus, 122, 2 (PL 35, 1959).

Notas
25

Act II, 11.

26

Ioh XXI, 2-4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
27

Ioh XXI, 4-5.

28

Ioh XXI, 6.

29

Ioh XXI, 7.

30

Ioh XXI, 7.

Referencias a la Sagrada Escritura