Lista de puntos

Hay 4 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Egoísmo → desprendimiento de sí mismo.

En la barca de Cristo

Como a Nuestro Señor, a mí también me gusta mucho charlar de barcas y redes, para que todos saquemos de esas escenas evangélicas propósitos firmes y determinados. Nos cuenta San Lucas que unos pescadores lavaban y remendaban sus redes a orillas del lago de Genesaret. Jesús se acerca a aquellas naves atracadas en la ribera y se sube a una, a la de Simón. ¡Con qué naturalidad se mete el Maestro en la barca de cada uno de nosotros!: para complicarnos la vida, como se repite en tono de queja por ahí. Con vosotros y conmigo se ha cruzado el Señor en nuestro camino, para complicarnos la existencia delicadamente, amorosamente.

Después de predicar desde la barca de Pedro, se dirige a los pescadores: duc in altum, et laxate retia vestra in capturam!25, ¡bogad mar adentro, y echad vuestras redes! Fiados en la palabra de Cristo, obedecen, y obtienen aquella pesca prodigiosa. Y mirando a Pedro que, como Santiago y Juan, no salía de su asombro, el Señor le explica: no tienes que temer, de hoy en adelante serán hombres los que has de pescar. Y ellos, sacando las barcas a tierra, dejadas todas las cosas, le siguieron26.

Tu barca –tus talentos, tus aspiraciones, tus logros– no vale para nada, a no ser que la dejes a disposición de Jesucristo, que permitas que Él pueda entrar ahí con libertad, que no la conviertas en un ídolo. Tú solo, con tu barca, si prescindes del Maestro, sobrenaturalmente hablando, marchas derecho al naufragio. Únicamente si admites, si buscas, la presencia y el gobierno del Señor, estarás a salvo de las tempestades y de los reveses de la vida. Pon todo en las manos de Dios: que tus pensamientos, las buenas aventuras de tu imaginación, tus ambiciones humanas nobles, tus amores limpios, pasen por el corazón de Cristo. De otro modo, tarde o temprano, se irán a pique con tu egoísmo.

Si consientes en que Dios señoree sobre tu nave, que Él sea el amo, ¡qué seguridad!..., también cuando parece que se ausenta, que se queda adormecido, que se despreocupa, y se levanta la tormenta en medio de las tinieblas más oscuras. Relata San Marcos que en esas circunstancias se encontraban los Apóstoles; y Jesús, al verles remar con gran fatiga –por cuanto el viento les era contrario–, a eso de la cuarta hora nocturna, vino hacia ellos caminando sobre el mar... Cobrad ánimo, soy yo, no tenéis nada que temer. Y se metió con ellos en la barca, y cesó el viento27.

Hijos míos, ¡ocurren tantas cosas en la tierra...! Os podría contar de penas, de sufrimientos, de malos tratos, de martirios –no le quito ni una letra–, del heroísmo de muchas almas. Ante nuestros ojos, en nuestra inteligencia brota a veces la impresión de que Jesús duerme, de que no nos oye; pero San Lucas narra cómo se comporta el Señor con los suyos: mientras ellos –los discípulos– iban navegando, se durmió Jesús, al tiempo que un viento recio alborotó las olas, de manera que, llenándose de agua la barca, corrían riesgo. Con esto, se acercaron a Él, y le despertaron, gritando: ¡Maestro, que perecemos! Puesto Jesús en pie, mandó al viento y a la tormenta que se calmasen, e inmediatamente cesaron, y siguió una gran bonanza. Entonces les preguntó: ¿dónde está vuestra fe?28.

Si nos damos, Él se nos da. Hay que confiar plenamente en el Maestro, hay que abandonarse en sus manos sin cicaterías; manifestarle, con nuestras obras, que la barca es suya; que queremos que disponga a su antojo de todo lo que nos pertenece.

Termino, acudiendo a la intercesión de Santa María, con estos propósitos: a vivir de fe; a perseverar con esperanza; a permanecer pegados a Jesucristo; a amarle de verdad, de verdad, de verdad; a recorrer y saborear nuestra aventura de Amor, que enamorados de Dios estamos; a dejar que Cristo entre en nuestra pobre barca, y tome posesión de nuestra alma como Dueño y Señor; a manifestarle con sinceridad que nos esforzaremos en mantenernos siempre en su presencia, día y noche, porque Él nos ha llamado a la fe: ecce ego quia vocasti me!29, y venimos a su redil, atraídos por sus voces y silbidos de Buen Pastor, con la certeza de que solo a su sombra encontraremos la verdadera felicidad temporal y eterna.

Pero, me preguntaréis, cuando alcanzamos lo que amamos con toda el alma ya no seguiremos buscando: ¿ha desaparecido la libertad? Os aseguro que entonces es más operativa que nunca, porque el amor no se contenta con un cumplimiento rutinario, ni se compagina con el hastío o con la apatía. Amar significa recomenzar cada día a servir, con obras de cariño.

Insisto, querría grabarlo a fuego en cada uno: la libertad y la entrega no se contradicen; se sostienen mutuamente. La libertad solo puede entregarse por amor; otra clase de desprendimiento no la concibo. No es un juego de palabras, más o menos acertado. En la entrega voluntaria, en cada instante de esa dedicación, la libertad renueva el amor, y renovarse es ser continuamente joven, generoso, capaz de grandes ideales y de grandes sacrificios. Recuerdo que me llevé una alegría cuando me enteré de que en portugués llaman a los jóvenes os novos. Y eso son. Os cuento esta anécdota porque he cumplido ya bastantes años, pero al rezar al pie del altar al Dios que llena de alegría mi juventud28, me siento muy joven y sé que nunca llegaré a considerarme viejo; porque, si permanezco fiel a mi Dios, el Amor me vivificará continuamente: se renovará, como la del águila, mi juventud29.

Por amor a la libertad, nos atamos. Únicamente la soberbia atribuye a esas ataduras el peso de una cadena. La verdadera humildad, que nos enseña Aquel que es manso y humilde de corazón, nos muestra que su yugo es suave y su carga ligera30: el yugo es la libertad, el yugo es el amor, el yugo es la unidad, el yugo es la vida, que Él nos ganó en la Cruz.

Señorío del cristiano

Corazones generosos, con desprendimiento verdadero, pide el Señor. Lo conseguiremos, si soltamos con entereza las amarras o los hilos sutiles que nos atan a nuestro yo. No os oculto que esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y de la propia voluntad, una renuncia –en pocas palabras– más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados.

Ese desprendimiento que el Maestro predicó, el que espera de todos los cristianos, comporta necesariamente también manifestaciones externas. Jesucristo coepit facere et docere10: antes que con la palabra, anunció su doctrina con las obras. Lo habéis visto nacer en un establo, en la carencia más absoluta, y dormir recostado sobre las pajas de un pesebre sus primeros sueños en la tierra. Luego, durante los años de sus andanzas apostólicas, entre otros muchos ejemplos, recordaréis su clara advertencia a uno de los que se ofrecieron para acompañarle como discípulo: las raposas tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; más el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza11. Y no dejéis de contemplar aquella escena, que recoge el Evangelio, en la que los Apóstoles, para mitigar el hambre, arrancan por el camino en un sábado unas espigas de trigo12.

Notas
25

Lc V, 4.

26

Lc V, 10-11.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
27

Mc VI, 48, 50-51.

28

Lc VIII, 23-25.



29

1 Reg III, 9.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
28

Ps XLII, 4.

29

Cfr. Ps CII, 5.

30

Cfr. Mt XI, 29-30.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
10

Act I, 1.

11

Lc IX, 58.

12

Cfr. Mc II, 23.

Referencias a la Sagrada Escritura