Lista de puntos

Hay 11 puntos en «Camino» cuya materia es Humildad → humildad y flaquezas.

Entierra con la penitencia, en el hoyo profundo que abra tu humildad, tus negligencias, ofensas y pecados. —Así entierra el labrador, al pie del árbol que los produjo, frutos podridos, ramillas secas y hojas caducas. —Y lo que era estéril, mejor, lo que era perjudicial, contribuye eficazmente a una nueva fecundidad.

Aprende a sacar, de las caídas, impulso: de la muerte, vida.

Tristeza, apabullamiento. No me extraña: es la nube de polvo que levantó tu caída. Pero, ¡basta!: ¿acaso el viento de la gracia no llevó lejos esa nube?

Después, tu tristeza —si no la rechazas— bien podría ser la envoltura de tu soberbia. —¿Es que te creías perfecto e impecable?

Te has portado bien..., aunque hayas caído así de hondo. —Te has portado bien, porque te humillaste, porque has rectificado, porque te has llenado de esperanza, y la esperanza te trajo de nuevo al Amor. —No pongas esa cara boba de pasmo: ¡te has portado bien! —Te alzaste del suelo: «surge», resonó de nuevo la voz poderosa, «et ambula!»: ahora, ¡a trabajar!

Bien. ¿Y qué? —No entiendo cómo te puedes retraer de esa labor de almas —si no es por oculta soberbia: te crees perfecto—, porque el fuego de Dios que te atrajo, además de la luz y del calor que te entusiasman, dé a veces el humo de la flaqueza de los instrumentos.

No te duela que vean tus faltas; la ofensa de Dios y la desedificación que puedas ocasionar, eso te ha de doler.

—Por lo demás, que sepan cómo eres y te desprecien. —No te cause pena ser nada, porque así Jesús tiene que ponerlo todo en ti.

Eres polvo sucio y caído. —Aunque el soplo del Espíritu Santo te levante sobre las cosas todas de la tierra y haga que brille como oro, al reflejar en las alturas con tu miseria los rayos soberanos del Sol de Justicia, no olvides la pobreza de tu condición.

Un instante de soberbia te volvería al suelo, y dejarías de ser luz para ser lodo.

Reconoce humildemente tu flaqueza para poder decir con el Apóstol: «cum enim infirmor, tunc potens sum» —porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.

Padre: ¿cómo puede usted aguantar esta basura? —me dijiste, luego de una confesión contrita.

—Callé, pensando que si tu humildad te lleva a sentirte eso —basura: ¡un montón de basura!—, aún podremos hacer de toda tu miseria algo grande.

Otra caída... y ¡qué caída!... ¿Desesperarte?... No: humillarte y acudir, por María, tu Madre, al Amor Misericordioso de Jesús. —Un «miserere» y ¡arriba ese corazón! —A comenzar de nuevo.

¡Muy honda es tu caída! —Comienza los cimientos desde ahí abajo. —Sé humilde. —«Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies». —No despreciará Dios un corazón contrito y humillado.

Cuando quieres hacer las cosas bien, muy bien, resulta que las haces peor. —Humíllate delante de Jesús, diciéndole: ¿has visto cómo todo lo hago mal? —Pues, si no me ayudas mucho, ¡aún lo haré peor!

Ten compasión de tu niño: mira que quiero escribir cada día una gran plana en el libro de mi vida... Pero, ¡soy tan rudo!, que si el Maestro no me lleva la mano, en lugar de palotes esbeltos salen de mi pluma cosas retorcidas y borrones que no pueden enseñarse a nadie.

Desde ahora, Jesús, escribiremos siempre entre los dos.

Referencias a la Sagrada Escritura
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