Lista de puntos

Hay 12 puntos en «Forja» cuya materia es Humildad → humildad y flaquezas.

Un buen modo de hacer examen de conciencia:

—¿Recibí como expiación, en este día, las contradicciones venidas de la mano de Dios?; ¿las que me proporcionaron, con su carácter, mis compañeros?; ¿las de mi propia miseria?

—¿Supe ofrecer al Señor, como expiación, el mismo dolor, que siento, de haberle ofendido ¡tantas veces!?; ¿le ofrecí la vergüenza de mis interiores sonrojos y humillaciones, al considerar lo poco que adelanto en el camino de las virtudes?

Cuando tenemos turbia la vista, cuando los ojos pierden claridad, necesitamos ir a la luz. Y Jesucristo nos ha dicho que El es la Luz del mundo y que ha venido a curar a los enfermos.

—Por eso, que tus enfermedades, tus caídas —si el Señor las permite—, no te aparten de Cristo: ¡que te acerquen a El!

Si has cometido un error, pequeño o grande, ¡vuelve corriendo a Dios!

—Saborea las palabras del salmo: «cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies» —el Señor jamás despreciará ni se desentenderá de un corazón contrito y humillado.

No me falta la verdadera alegría, al contrario… Y, sin embargo, ante el conocimiento de la propia bajeza, resulta lógico clamar con San Pablo: "¡qué hombre tan infeliz soy!"

—Así crecen las ansias de arrancar de raíz la barrera que levanta el propio yo.

No te asustes, ni te desanimes, al descubrir que tienes errores…, ¡y qué errores!

—Lucha para arrancarlos. Y, mientras luches, convéncete de que es bueno que sientas todas esas debilidades, porque, si no, serías un soberbio: y la soberbia aparta de Dios.

Pásmate ante la bondad de Dios, porque Cristo quiere vivir en ti…, también cuando percibes todo el peso de la pobre miseria, de esta pobre carne, de esta vileza, de este pobre barro.

—Sí, también entonces, ten presente esa llamada de Dios: Jesucristo, que es Dios, que es Hombre, me entiende y me atiende porque es mi Hermano y mi Amigo.

Si tus errores te hacen más humilde, si te llevan a buscar con más fuerza el asidero de la mano divina, son camino de santidad: «felix culpa!» —¡bendita culpa!, canta la Iglesia.

La humildad lleva, a cada alma, a no desanimarse ante los propios yerros.

—La verdadera humildad lleva… ¡a pedir perdón!

Jesús, Amor, ¡pensar que puedo volver a ofenderte!… «Tuus sum ego…, salvum me fac!» —soy tuyo: ¡sálvame!

Virgen Inmaculada, ¡Madre!, no me abandones: mira cómo se llena de lágrimas mi pobre corazón. —¡No quiero ofender a mi Dios!

—Ya sé, y pienso que no lo olvidaré nunca, que no valgo nada: ¡cuánto me pesa mi poquedad, mi soledad! Pero… no estoy solo: tú, Dulce Señora, y mi Padre Dios no me dejáis.

Ante la rebelión de mi carne y ante las razones diabólicas contra mi Fe, amo a Jesús y creo: Amo y Creo.

Si notas que no puedes, por el motivo que sea, dile, abandonándote en El: ¡Señor, confío en Ti, me abandono en Ti, pero ayuda mi debilidad!

Y lleno de confianza, repítele: mírame, Jesús, soy un trapo sucio; la experiencia de mi vida es tan triste, no merezco ser hijo tuyo. Díselo…; y díselo muchas veces.

—No tardarás en oír su voz: «ne timeas!» —¡no temas!; o también: «surge et ambula!» —¡levántate y anda!

La santidad está en la lucha, en saber que tenemos defectos y en tratar heroicamente de evitarlos.

La santidad —insisto— está en superar esos defectos…, pero nos moriremos con defectos: si no, ya te lo he dicho, seríamos unos soberbios.

Referencias a la Sagrada Escritura
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